John Baird, ministro canadiense de Relaciones Exteriores, y Stephen Harper, primer ministro de Canadá.
Photo Credit: CBC

Consideraciones electoralistas guían la política exterior canadiense

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Esa es la opinión de la editorialista canadiense Josée Boileau, publicada esta semana en las páginas del periódico en francés Le Devoir.

Pese a que las zonas de conflicto en el mundo se encuentran al rojo vivo, el gobierno canadiense continúa presentando posiciones marcadas por consideraciones puramente locales, en lugar de tratar de resolver las crisis. Una actitud verdaderamente patética, escribe la editorialista de Le Devoir.

El gobierno conservador de Stephen Harper, que tiene tan poca presencia en la escena internacional, de pronto se agita en torno a dos conflictos que atraen la atención del mundo: la ofensiva israelí en Gaza y el avión Boeing abatido por un misil en territorio ucraniano. Sin embargo, los discursos de Ottawa no hacen nada para aumentar la estima de Canadá en los foros diplomáticos.

Este pasado lunes, Stephen Harper añadió una enésima declaración a las realizadas desde el comienzo de la crisis en Ucrania en enero criticando al régimen de Vladimir Putin.

En la ocasión, Harper recordó las sanciones ya impuestas por Canadá contra 110 personas o entidades de Rusia que violaron la integridad territorial de Ucrania. También manifestó su disposición, en acuerdo con sus «socios en la comunidad internacional» a imponer nuevas sanciones debido al apoyo que brinda el Kremlin a los rebeldes ucranianos que, con toda probabilidad, derribaron con un misil el vuelo MH17.

Esta vigorosa indignación del gobierno canadiense tiene como primer propósito ganar el voto de los 1,2 millones de canadienses de origen ucraniano. Esto le importa más que influir en la forma en que el mundo resuelve los conflictos.

Interrogado el domingo por el periódico The Globe and Mail si Canadá jugaba algún papel en el seguimiento del caso de los misiles, John Baird, el ministro canadiense de Relaciones Exteriores, sólo pudo responder que había hablado con sus homólogos de Australia, los Países Bajos y Malasia, y que también había contactado las embajadas canadienses.

Mientras ocurría esa serie de llamadas telefónicas, la acción sucedía en otra parte: en el Consejo de Seguridad de la ONU, donde Australia presentó un texto enérgico al que se sumaron varios países, reclamando a los rebeldes pro-rusos el acceso al lugar donde cayó el avión, el fin de las hostilidades y la búsqueda de los responsables del ataque.

Mientras tanto, desde que los conservadores llegaron al poder en Ottawa, Canadá continúa sin poder conseguir una silla en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Canadá no está a las puertas de recuperar la confianza del mundo, debido a que Ottawa determina en solitario sus posiciones en temas internacionales. Ucrania es un ejemplo y esto se supo el lunes.

Resulta que la gran mayoría de los observadores canadienses que fueron enviados para las elecciones presidenciales en mayo pasado viajaron en el marco de una misión bilateral en lugar de hacerlo bajo el auspicio mucho más creíble, según un informe del gobierno, de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa.

Sin embargo, los conservadores no aprecian los foros multinacionales, principalmente las Naciones Unidas, institución a la que el primer ministro Stephen Harper desdeña olímpicamente desde hace años.

De hecho, la única confianza de la cual el Primer Ministro puede presumir, es la del Estado de Israel, a quien le ha dado un apoyo ciego. Pero en medio de la batalla en Gaza, ese apoyo de Harper se ha convertido en algo vergonzoso para los canadienses.

Los palestinos caen muertos por decenas junto a sus hijos, el derecho a la defensa de Israel sobrepasa el marco de lo legítimo y se convierte en una masacre, los grandes líderes mundiales piden un alto el fuego y la protección de los civiles.

Mientras tanto, Canadá no se inmuta. No aprovecha su relación especial con Israel para incitarle a la calma. Todo lo contrario, el nombre de su apoyo inquebrantable a Israel, Ottawa ha dado su aval a la lectura de los buitres al punto de ser incapaz de tomar la distancia que se podría esperar de un buen amigo. De este modo, Canadá no ayuda a nadie.

En el pasado, Canadá supo destacarse en el rol de mediador. Pero Stephen Harper, tanto por temperamento como por sus cálculos políticos, no cree en ello. Es por eso que él habla por hablar, y nadie le escucha, dice finalmente la editorialista de Le Devoir, Josée Boileau.

Categorías: Internacional, Política
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