El sábado 10 de septiembre tiene lugar la Jornada Mundial de Prevención del Suicidio.
Anualmente, 800.000 mil personas se suicidan en el planeta.
Canadá, señalado frecuentemente como uno de los mejores países del mundo para vivir, no está exento de ese flagelo: cada año, cerca de 4.000 canadienses deciden quitarse la vida.
Entre los 34 países que componen la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), nuestro país es el único que no cuenta con una estrategia unificada por combatir este mal.
Según los datos estadísticos más recientes, las personas entre los 55 y los 59 años de edad son las más propensas a cometer suicidio.
Los hombres triplican a las mujeres en la cantidad de suicidios y, muchas veces, el concepto de masculinidad se convierte en una barrera que impide buscar la ayuda necesaria.
La situación suena aún más alarmante cuando hablamos de los jóvenes: en el último año, uno de cada 5 adolescentes canadienses pensó en suicidarse.
Nuestras crónicas, entrevistas y reportajes han reflejado la gravedad que el problema presenta al interior de las comunidades indígenas.
Más allá de las estadísticas se esconde una realidad que no siempre ha sido tratada con efectividad.
La solución, según nuestra entrevistada, pasa por reforzar los recursos que permitan actuar sobre las condiciones que propician el suicidio: depresión, problemas mentales, inconvenientes económicos, soledad, disoluciones de parejas…
Pero, principalmente, es necesario un cambio en la forma de abordar el problema: debemos dejar de considerar al suicidio como una decisión personal irreversible y comenzar a tratarlo como un problema de salud pública y que se puede prevenir.
Françoise Roy, colaboradora de la Asociación Quebequense para la Prevención del Suicidio y consultora en el tema, en diálogo con Luis Laborda.
Número de urgencias: 1 866 277 3553
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