El presidente estadounidense Donald Trump y su vicepresidente, Mike Pence.

El presidente estadounidense Donald Trump y su vicepresidente, Mike Pence.
Photo Credit: Jonathan Ernst

El fracaso de Donald Trump y los peligros para la democracia estadounidense

La violencia desatada por los grupos neonazis y supremacistas blancos a plena luz del día en Estados Unidos este fin de semana en Virginia, bajo la mirada complaciente de la policía y la ambigua reacción del hombre fuerte en la Casa Blanca, fue un tema abordado por los editoriales de la prensa canadiense.

El Toronto Star sostiene que como consecuencia de la violencia en Charlottesville, está claro que Estados Unidos se encuentra en un momento singularmente peligroso para la democracia en ese país.

Peligroso no porque neonazis y supremacistas blancos desfilaron abiertamente por las calles, proclamando con orgullo su evangelio de odio, causando la muerte de una joven que se oponía a ellos. La historia de Estados Unidos muestra peores manifestaciones de intolerancia y grandes matanzas en conflictos en torno a la raza y los valores fundamentales.

La amenaza para la democracia estadounidense se debe a que el país está dirigido por un hombre que se ha beneficiado del crecimiento de estas fuerzas oscuras y que tuvo que ser vergonzosamente empujado a condenar públicamente esos grupos neonazis y supremacistas blancos.

Supremacistas blancos armados en Charlottesville, Virginia.
Supremacistas blancos armados en Charlottesville, Virginia. © Justin Ide

Incluso cuando el presidente Donald Trump tuvo que hablar el lunes sobre los acontecimientos en Charlottesville, no quiso denunciar a los neonazis. Trump insistió en prologar sus declaraciones con una autocomplaciente afirmación sobre los incrementos en la bolsa de valores y el millón de empleos que, según él, fueron creados desde que asumió el cargo.

La implicación es que estos dos últimos temas son lo importante, y que sus declaraciones leídas proclamando que «el racismo es malo» y denunciando a los grupos de odio «incluyendo el KKK, supremacistas blancos, neonazis y otros grupos de odio,» eran simplemente una nota de pie de página, algo que sus asesores le convencieron de hacerlo.

Una cosa sobre Trump es que es transparente. Él presenta sus emociones, algo que a sus simpatizantes estadounidenses les parece un refrescante cambio ante la naturaleza cautelosa de muchos políticos. Por lo tanto es fácil detectar cuando está hablando desde el corazón y cuando está recitando un libreto de respuestas preparado por sus asesores.

Las declaraciones de Trump del lunes eran claramente mecánicas. Tanto sus aliados como sus opositores lo criticaron por 48 horas debido a que obviamente fracasó en hacer lo mínimo que un presidente estadounidense debía hacer en el período inmediatamente posterior a la violencia en Charlottesville, que es condenar sin matices ni reservas a esa extrema derecha estadounidense.

Así que Trump se vio obligado a presentarse ante los micrófonos donde hizo exactamente lo mínimo. Él pronunció una condena en la que él no cree.

Esto es importante. Los estadounidenses miran a su presidente en momentos así. Y cada presidente en la era moderna ha encontrado las palabras para denunciar el racismo y el odio cuando más importaba hacerlo.

Bill Clinton expresó la indignación contra la ultraderecha estadounidense tras el atentado de Oklahoma City que mató a 168 personas en 1995. Incluso el detestado George W. Bush acudió a un centro islámico tras el ataque del 11 de septiembre y habló enérgicamente contra la tentación de culpar a todos los musulmanes.

El odio, la violencia y el racismo han sido desde siempre una cruel realidad de la vida estadounidense. Lo que hace la diferencia es si los líderes y las instituciones pueden superar el reto, hacer retroceder a las fuerzas de la injusticia y avanzar hacia una democracia más plena.

Con Trump, los estadounidenses tienen, por primera vez en décadas, un presidente que es en el mejor de los casos indiferente a esta permanente lucha. Pero es peor.

Trump, de manera muy consciente, ha manipulado las esperanzas y los temores de aquellos estadounidenses seducidos por un nacionalismo supremacista blanco y ha enviado señales alentadoras hacia un movimiento tradicionalmente desterrado a los márgenes más oscuros de la vida política.

Ahora gente que abraza esas mismas ideas ocupa altos cargos en la propia Casa Blanca.

Manifestación de supremacistas blancos frente a la estatua del general esclavista Robert E. Lee en Charlottesville, Virginia 12 de agosto, 2017.
Manifestación de supremacistas blancos frente a la estatua del general esclavista Robert E. Lee en Charlottesville, Virginia 12 de agosto, 2017. © Joshua Roberts

Ya sea que esas ideas reflejen los sentimientos más profundos de Trump, o que sólo sea el producto de un torcido cálculo político, esto va más allá de vergüenza. Esto solo debería ser suficiente para descalificarlo como presidente.

La amenaza a la democracia viene de arriba y de abajo, de un presidente que fracasa en el cumplimiento de los deberes más esenciales de la decencia, y desde abajo por un movimiento neonazi y supremacista blanco al que la erosión de las instituciones tradicionales le ha dado nueva vida.

Cuanto más tiempo permanezca Trump en el cargo, mayor será el daño. Pero también hay signos alentadores. Muchos republicanos parecen finalmente hastiados. Ellos le han jalado las orejas a Trump por su respuesta insuficiente ante Charlottesville y le han obligado a que por lo menos pretenda hacer lo correcto.

Por su lado, los supremacistas blancos están librando una batalla perdida. Ellos llegaron a Charlottesville a defender la estatua del general esclavista Robert E. Lee, que será retirada después de muchos años de protesta.

Estatuas similares han sido retiradas en Nueva Orleans, y el alcalde de Lexington declaró que su ciudad relocalizará los monumentos confederados tras un largo e intenso debate.

Hace mucho tiempo que debía haberse hecho esto, ya que han pasado 152 años desde el fin de la Guerra Civil  estadounidense. El que se lo haga ahora ilustra la verdad de las palabras de Martin Luther King: » El arco de la historia es largo, pero se inclina hacia la justicia».

Y esto no puede detenerlo ni siquiera un presidente incapaz de ver cuál es su deber moral, aunque éste se encuentre frente a sus ojos.

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Categorías: Internacional, Política
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