Existe la idea de que la historia de un país se encuentra, más que en los manuales de historia, en sus novelas. Desde esta perspectiva, “La muerte de Artemio Cruz”, del mexicano Carlos Fuentes, es uno de los mejores retratos de la Revolución Mexicana, mientras que los cuentos de “Ciudad real”, de Rosario Castellanos, presenta el mundo indígena invisibilizado. Lo mismo se podría decir de “Estrella distante”, del chileno Roberto Bolaño, que presenta un retrato de la aterradora cotidianeidad de Chile bajo la dictadura de Pinochet. “Cien años de soledad”, de Gabriel García Márquez, acaba siendo un texto que explica la condición colonial de América Latina. Con esta perspectiva, ocho autores canadienses: Mordecai Richler, Hugh MacLennan, Patricia Louise Tinmuth, Michael Ondaatje, Al Purdy, William Ormond Mitchell , Gabrielle Roy y Joséphine Bacon presentan en sus trabajos aspectos de la historia y la geografía de Canadá que permiten conocer algo más de un país creado en tierras indígenas y construido con el sudor de generaciones de inmigrantes. La presentación de estos autores no es exhaustiva. Es fragmentaria, con divergencias en torno a la selección de sus textos, con insatisfacciones sobre la calidad de las traducciones al castellano. Pero vale la pena, porque con estas autoras y autores recorremos el país desde Halifax hasta Vancouver, y desde las regiones agrestes y poco pobladas del norte del país a urbes como Montreal y Toronto.

Un sándwich en el Wilensky

Cuando uno ingresa al pequeño local de venta de sándwiches llamado Wilensky en la ciudad de Montreal, se tiene la impresión de viajar en el tiempo, a los años 40 del siglo pasado. Ubicado en la esquina sureste de la calle Clark y la avenida Fairmount, el Wilensky’s Light Lunch, nombre del lugar en inglés, se encuentra en el corazón del barrio montrealense de Mile-End. El Wilensky hace parte de la geografía del autor canadiense Mordecai Richler, (1931-2001) que nació y murió en Montreal.

Foto1: Fachada del Wilensky, en la esquina sureste de la calle Clark y la avenida Fairmount en el barrio de Mile-End de Montreal. (Foto. Rufo Valencia / RCI).  Foto 2: El novelista Mordecai Richler en el Wilensky. Foto: CBC TV)

“La verdad es que a los ojos de un visitante de clase media, una calle en este barrio le habría parecido tan pobretona como la siguiente. En cada esquina se podía ver una pequeña tienda de tabaco, una pulpería y un vendedor ambulante de frutas. Por todas partes se veían las escaleras circulares exteriores, hechas de madera, algunas de metal oxidado, algunas peligrosas. Aquí se encontraba una apreciada parcela con el pasto muy bien cortado, más allá un lamentable terreno lleno de mala hierba. El paisaje era una repetición infinita de preciosos balcones descascarados, de cuando en cuando interrumpidos por la aparición de lotes donde se tiraban los deshechos. Pero como bien sabían los chicos, cada calle entre St. Dominique y la Avenida du Parc mostraba sutiles diferencias de grado de riqueza. No había dos apartamentos sin agua caliente que se parecieran. Aquí estaba la casa donde nació el fabuloso Jerry Dingleman. Unas cuantas casas más allá vivía Buddy Ash, que se presentaba cada año como candidato a concejal, defendiendo una plataforma con un solo tema: los policías de tránsito de la provincia de Quebec eran unos antisemitas. Dos tiendas del barrio tampoco eran iguales. La tienda llamada ‘Best Fruit’ estafaba manipulando la balanza de peso, pero la tienda ‘Smiley’s’ no vendía a crédito”

Ese fragmento, tomado de la novela “El aprendizaje de Duddy Kravitz”, escrita por Richler y publicada en 1959, describe algunas calles del barrio montrealense de Mile End.

“Del lugar de donde salió Duddy Kravitz, los chicos crecen sucios, tristes y también punzantes, como la hierba que crece junto a las vías férreas. Él pudo haber nacido en Lodz, pero cuarenta y ocho años antes su abuelo compró un billete de barco de tercera categoría que zarpaba hacia Halifax. Duddy podía haber nacido en Toronto, lugar al que su abuelo quería llegar, pero el billete de tren que Simcha Kravitz había comprado a la compañía Canadian Pacific Rail le alcanzaba solamente para llegar hasta la estación de tren Bonaventure en Montreal, y nunca pudo llegar a Toronto. Simcha era un zapatero. Dos años después de su llegada finalmente tuvo los medios para poder hacer venir a su esposa y sus dos hijos. Un año más tarde tenía su propio taller de zapatería en una esquina de la calle Saint Dominique. Su familia vivía en el piso de arriba. Afuera, en el duro y hostil terreno del patio trasero, Simcha plantaba maíz y rábanos, además de guisantes, zanahorias y pepinos. Cada año el maíz crecía más flaco y los pepinos se ponían amarillos antes de madurar, pero Simcha persistía en seguir plantando”.

Mostrador del Wilensky, con los clientes ordenando los célebres sándwiches del lugar. (Foto: CBC TV)
Mostrador del Wilensky, con los clientes ordenando los célebres sándwiches del lugar. (Foto: CBC TV)

En su novela, Duddy visita constantemente el Wilensky’s, que en el texto se ha transformado en el “Eddy’s Cigars and Soda”, un lugar donde nacen y mueren los planes y los sueños de sus personajes en busca de fortuna en tierras canadienses. Mordecai Richler describe al “Eddy’s Cigars and Soda” como una fusión de los comercios judíos de la época.

El autor Mordecai Richler (1931-2001) en un parque de Montreal, octubre 1983. (Foto: CBC / Ryan Remiorz/CP)

El Wilensky es una especie de museo donde los inmigrantes reconocen experiencias comunes cuyo ciclo comienza de nuevo con la llegada de cada familia de inmigrantes a Canadá: el trabajar duro, el vivir frugalmente. Hasta hoy, Wilensky no es un lugar elegante. Los taburetes junto al mostrador son duros. Se come lo que hay, sin concesiones. El baño guarda la rusticidad de hace ochenta años. A un costado del pasillo detrás del mostrador se ven barriles donde maceran los pepinos. Las máquinas para prensar los sándwiches son antiguas. El lugar entero parece susurrar al visitante “Hay que hacer durar las cosas”. Los precios siguen siendo económicos, sugiriendo que para comer no hay que gastar demasiado. Este lugar es un monumento a la eterna lucha de los inmigrantes por salir adelante en la vida. 

“Barómetro en aumento” de Hugh MacLennan

La ciudad marítima de Halifax, en la provincia de Nueva Escocia, tiene una población de algo más de 400.000 habitantes. De su puerto zarparon pertrechos y municiones, además de cientos de miles de soldados rumbo a los frentes de combate, durante las dos guerras mundiales del siglo XX. Sus museos guardan la memoria de la explosión que se produjo tras el choque de dos barcos en diciembre de 1917. Esa explosión, que destruyó buena parte de Halifax, sirve de escenario en la novela “Barómetro en aumento” del escritor canadiense Hugh MacLennan, publicada en 1941. MacLennan nació en el pueblito Glace Bay. Se trasladó a Halifax y de allí pasó a estudiar a Europa y Estados Unidos para finalmente encontrar, años más tarde, un trabajo como profesor en la Universidad McGill de Montreal.

El novelista canadiense Hugh MacLennan (1907-1990). (Foto. Archivos del Universidad McGill)

“Parpadeando bajo la luz, él miró detenidamente Halifax expandiéndose a la distancia bajo las ramas desnudas de los árboles desde la base circular de la Ciudadela. Casi todas las calles y edificios guardaban para él fragmentos de su historia personal, que se remontaba unos veintisiete años, cuando llegó por primera vez como un muchacho cargado con la simplicidad de la vida en la granja, para estudiar en el Colegio Dalhousie. Los rostros de sus compañeros de clase desfilaron por su memoria. Alguno tuvieron una vida exitosa en las provincias centrales o en Estados Unidos; uno de ellos llegó a ser famoso. Muy pocos se quedaban en Nueva Escocia. La ciudad palpitaba con la guerra, y en sus corazones, la gente no lo lamentaba. Más bien estaba agradecida, de la misma manera en la que un doctor recibe la posibilidad de una operación peligrosa que sólo él puede ejecutar, porque Inglaterra no podía pelear la guerra sin esta ciudad. Las grandes ciudades que hacían la guerra y que trataban de eludir la realidad de la situación ahora ya no podían continuar adelante sin Halifax”.

En este fragmento, Angus Murray observa una ciudad que está a punto de ser obliterada por lo que será la explosión más grande causada por el ser humano hasta ese entonces.

Vista al norte, hacia el muelle 8 desde la Fundición Hillis después de la gran explosión. Halifax, 6 de diciembre de 1917. (Foto: Archivos de Nueva Escocia / W.G. MacLaughlan)

La novela cuenta las peripecias de Neil Macrae y Penelope Wain, llamada Penny, por unir sus vidas pese al rechazo del padre de la heroína, el coronel Geoffrey Wain. 

“El problema es que nos han enseñado a pensar que seguimos siendo pioneros. Ese período ya pasó hace mucho tiempo y ahora no sabemos quiénes somos. Te digo que ojalá un día Canadá llegue a entender cuál es su verdadero rol en este mundo. Hasta que eso no ocurra, no podrá ser una nación. Tendrá que contentarse con ser un simple espectador mirando cómo el resto del mundo se suicida”, dijo Neil. Penny no le respondió y se quedó contemplando la oscuridad de las aguas del estrecho frente a Halifax. Neil no sabía casi nada de su propio país. Nunca fue capaz de ver que pertenecía virtualmente a un espacio con gente como su padre, viejos que se contentaban con dejar que Canadá siga siendo una nación de segunda, saqueando sus riquezas mientras seguían hablando de sus infinitas oportunidades. Mientras tanto, personas como Neil, los suficientemente generosas como para creer el mito de que este país estaba hecho para los jóvenes, estaban siendo masacradas como tontos útiles a miles de millas de distancia en un mundo extraño”.

El primer ministro de Canadá, Robert Laird Borden (1854- 1937) instauró en medio de una gran controversia nacional el servicio militar obligatorio durante la Primera Guerra Mundial. (Foto: Librería y Archivos de Canadá)

Tras obtener una beca Rhodes y graduarse de Oxford, MacLennan contaba que las universidades canadienses preferían contratar a profesores británicos en el mundo anglófono o graduados de la Sorbona en el mundo francófono, porque consideraban que la formación académica canadiense era inferior a la europea. Esto le abrió los ojos a la situación colonial de Canadá en el terreno académico. 

El problema que plantea Hugh MacLennan, una vez consciente de que es necesario narrar Canadá con voz propia es la cuestión de la identidad. ¿Qué es ser canadiense?, ¿Cuál es el rol de Canadá en el mundo? Preguntas que a su vez ocasionarán que él sea considerado como un autor nacionalista. Pero el novelista tampoco tiene la respuesta. Lo suyo es plantear interrogantes y presentar espacios, que de ser tan cotidianos, acaban siendo invisibles, como Halifax, la ciudad de su juventud.

 Soldados haciendo guardia en medio de la devastación en la calle Kaye al este de la calle Gottingen, Halifax. Foto: Archivos de Nueva Escocia / W.G. MacLaughlan)

El 9 de noviembre de 1990, a los 83 años, Hugh MacLennan, considerado como uno de los pilares de la literatura canadiense, falleció en Montreal. Lo notable de “Barómetro en aumento” es que marca la emergencia de la literatura canadiense contemporánea.

El regreso de Patricia Louise Tinmuth

El golpe de estado de 1973 en Chile y la dictadura militar de Pinochet causó reacciones entre los autores canadiense. Una de esas voces es la poeta de Vancouver Patricia Louise Tinmuth, conocida como Pat Lowther. Sus textos ofrecen esa mirada que va paulatinamente migrando de los arroyos, los bosques, las costas de Columbia Británica, hacia la tierra seca y dura de pueblos perdidos en el norte de Chile, donde se encontraba el campo de prisioneros Chacabuco.

Campo de concentración de prisioneros Chacabuco, en el norte de Chile. (Foto: Museo de la Memoria y los Derechos Humanos)

Delta del arroyo. Ahora las piedras cambian de carácter / vestidas con un pelaje de muguet verde mate/ y pequeños botones de sal, / siento el aliento del mar / que ha respirado boca a boca conmigo / desde que comenzó mi tiempo / y esto lo sé / como sé lo que guardo en la cabeza. / He sido restaurada caminando entre el barro marino / y las piedras reclamadas por las algas / caminando hacia el mar que se expande a la distancia.

Ese texto de Lowther hace parte de una antología editada por Christine Wiessenthal en 2010.

Patricia Louise Tinmuth nació en Vancouver el 29 de julio de 1935. Los archivos de la Universidad de Toronto cuentan que ella publicó su primer poema en el periódico Vancouver Sun a los diez años.

Fragmento de un texto de Pat Lowther publicado en Vancouver en mayo de 1975 en una revista del Comité de Mujeres del Nuevo Partido Democrático. (Imagen: Revista Prioridades)

A los 16 años abandona la escuela y en 1953, a los 18 años, se casa con Bill Domphousse, dejando su apellido Tinmuth para tomar el de su marido. Tras una separación en 1957, ella decide dedicarse a su escritura. En 1963, se casó con Roy Lowther. 

En 1968 Pat Lowther publica su primera colección: “This Difficult Flowering” (“Esta difícil floración”) En 1972 publica “The Age of the Bird,” un largo poema donde aparece América Latina como tema de preocupación y reflexión literaria y política.

Paula Jessop anota que el trabajo del poeta chileno Pablo Neruda tiene influencia en la autora canadiense. "Mirada a Neruda" es el primero de muchos poemas que Patricia Tinmuth dedicó a quien consideraba su "hermano político". En su libro “A Stone Dairy”, publicado póstumamente en 1977 por la Universidad de Oxford se incluyen cinco cartas a Neruda, además de uno de sus textos más notables, el largo poema “Chacabuco”, que apareció en la revista Canadian Forum en octubre de 1974.

La casa donde vivió Pat Lowther en Vancouver, en el 566 East 46th Avenue in 1985. (Foto: Vancouver Archives 790-1979)

Chacabuco, la fosa

El desierto de Atacama : / de día el sol deja caer / todo su peso / todo el mundo tiene / un halo / todo tiembla / el afilado polvo refracta / el brillo borroso entre / los arrugados párpados entornados  / de noche la tierra yace desnuda / hasta los límites más lejanos / entre las galaxias / que absorben ávidas / todo el calor : / la tierra se pone / fría hasta el hondo hueso.

Ahora, con cuidado (coloca / discos en un tocadiscos) / recuerda esas películas de los años 40 / donde las vírgenes eran sacrificadas / a los volcanes : / aquí existe el mismo / ceremonial / la llegada / cargada de suspenso /  /nos estamos acercando / a Chacabuco / a la fosa.

Alguien decide / quién comerá / quién no comerá / quién será golpeado / y en qué /  partes de su cuerpo

Alguien decide / quién morirá de hambre / quién será alimentado / lo suficiente para aguantar /  otro día de tortura

Un hombre decide /  Ese hombre no respira polvo: / él es polvo.

El 15 de octubre de 1975, el cuerpo de Pat Lowther fue encontrado en el arroyo de Furry Creek. Roy Lowther fue declarado culpable de su asesinato en 1977. Murió en prisión en 1985. Las cenizas de Patricia Tinmuth fueron esparcidas en Prospect Point, en el extremo norte del parque Stanley de Vancouver.

Vista de la ciudad de Vancouver. (Foto: CBC  Vancouver / Natalie Anthony)

En la revista Arc Poetry magazine el autor canadiense Gary Geddes, anotó: “No creo que sea errado sugerir que Pat sabía que caminaba por el filo de la navaja, tanto emocional como físicamente, con una ansiedad que se reflejaba en muchos de sus poemas; y ella tenía una gran capacidad para imaginar y empatizar con la fragilidad y el sufrimiento de los demás, ya fueran mineros chilenos o mujeres que vivían en compañía de hombres perturbados y peligrosos”.

“En una piel de león” de Michael Ondaatje

El escritor canadiense Michael Ondaatje presenta en su novela “En una piel de león”, publicada en 1987, a un inmigrante macedonio que trabaja en una de las grandes obras de la arquitectura en Toronto: el Viaducto de la calle Bloor.

El poeta y novelista canadiense Michael Ondaatje durante una ceremonia de gala del Premio Giller de Scotiabank en una foto de archivo de 2011. (Foto: Chris Young/The Canadian Press) 
“Nicolás tenía veinticinco años cuando empezó la guerra en los Balcanes. Después de que incendiaron su pueblo él decidió marcharse a caballo junto a tres amigos.. En el puerto de Le Havre hablaron con el capitán de un viejo barco que transportaba animales. Se preparaba para zarpar hacia Nueva Brunswick, Canadá. Dos de los amigos de Nicolás murieron en el viaje. Para mantenerse fuerte, un italiano le mostró cómo beber sangre de animales que viajaban en el corral a bordo. La nave era una embarcación francesa llamada La Siciliana. Él todavía se acuerda de ese nombre, rememorando su llegada a Saint John y todo el mundo pensaba cuán primitivo parecía todo. Cuán primitivo era Canadá. Tuvieron que caminar como milla y media para llegar a la estación de aduanas donde debían ser examinados. Ellos tomaron lo que necesario de las bolsas de los dos compañeros fallecidos y caminaron hacia Canadá”.

La novela está ambientada en las primeras décadas del siglo XX, momento en el que Europa se desangraba en los horrores de la Primera Guerra Mundial. 

Michael Ondaatje nació en 1943 en Colombo, Sri Lanka, un país que en ese entonces se llamaba Ceilán y que se encuentra frente a la India. Sus padres se separaron cuando él era un niño, por lo cual acabó viviendo con sus parientes hasta 1954. Tenía once años cuando fue enviado en barco a Inglaterra a reunirse con su madre. 

En 1962, a los 19 años Michael Ondaatje emigra a Canadá, estableciéndose primero en la ciudad de Montreal, en la provincia francófona de Quebec.

En un artículo titulado “Desenmascarando a Michael Ondaatje en la piel de un león”, publicado en “Diaspora Revista de estudios transnacionales”, en abril 2016, su autor Kwasi Hoffman sostiene que con esta novela, Michael Ondaatje, reescribe el tradicional relato histórico de la construcción de la infraestructura de Toronto. 

Foto 1:Un obrero cortando con un soplete los bordes de los sostenes de metal en la construcción del Viaducto de la calle Bloor, 1915. Foto 2: Plataforma del Viaducto de la calle Bloor mirando al oeste, 18 de julio de 1917. (Fotos: Archivos de las ciudad de Toronto)

“Cuando volvió a Toronto, todo lo que necesitaba era una voz para  su nuevo lenguaje. La mayoría de los inmigrantes aprendían inglés escuchando las grabaciones de cantantes. Antes de que lleguen las películas habladas, aprendían imitando los gestos de los actores en el teatro. Era frecuente escoger un actor y seguirle en su carrera, enojándose cuando le daban un papel pequeño, y tratando de ver todas sus actuaciones teatrales, a veces hasta diez veces durante una misma temporada. Para el final de la producción teatral en la parte este de la ciudad, ya sea en el Teatro Fox o el Parrot, los monólogos de los actores eran repetidos por un eco creciente de inmigrantes macedonios, finlandeses y griegos que repetían cada frase pronunciada por el actor, tras medio segundo de pausa, tratando de pronunciar bien cada palabra. Esto molestaba a los actores, especialmente cuando una línea en un monólogo que supuestamente debería tener un efecto dramático, como por ejemplo: “¿Quién puso la cocina en la sala de estar, Kristin?”, que normalmente habría causado una ovación del público, ahora era repetida simultáneamente por al menos unas setenta personas, haciendo desaparecer su espontaneidad. En una ocasión, cuando el ídolo de las matinés teatrales, Wayne Burnett, cayó muerto en plena obra, un carnicero siciliano saltó al escenario y tomó su rol, ya que conocía meticulosamente sus diálogos así como las instrucciones del director de la pieza. De ese modo la compañía teatral no tuvo que devolver al público el dinero de las entradas”.

Otro rasgo de esta novela es que no hay un final feliz, sino un final abierto. Tal vez esto explica el título mismo de la novela, “En una piel de león”, frase tomada de un texto escrito hace unos 2.500 años atrás y considerado como uno de los primeros textos literarios en la historia de la humanidad. Se trata de “La Epopeya de Gilgamesh”.

Tapa de una edición de la novela “En una piel de león”. (Foto. Rufo Valencia / RCI)

“Los más alegres se encorvarán afligidos, y cuando hayas retornado a la tierra, me dejaré crecer el cabello en tu memoria y vagaré por la inmensidad remota envuelto en una piel de león”.

En la actualidad Toronto sigue siendo una ciudad impetuosa, muscular, siempre en constante crecimiento. Aunque ficticia, la historia de Nicolás Temelcoff, un refugiado macedonio que llegó a esta ciudad hace cien años, es similar a la de miles de inmigrantes y refugiados que continúan llegando a la ciudad más populosa de Canadá para convertirse a su turno en obreros de la construcción.

Inauguración del Viaducto de la calle Bloor, 18 de octubre de 1918. (Foto: Archivos de las ciudad de Toronto)

Al Purdy, el vecino de Ameliasburgh

Al Purdy es un autor de una aparente simplicidad popular. Puede ser brutal y al mismo tiempo capaz de convertir la cotidianeidad, lo vulgar, en un momento de revelación. Sus textos son de alguien que mira el mundo que le rodea y que no ha perdido la capacidad de maravillarse ante lo que ve.

Al Purdy en su mesa de trabajo. (Foto: CBC / Canadian Press)

“Pronuncia los nombres, pronuncia los nombres / y escucha tu voz como un eco en las montañas / Tulameen Tulameen / pronuncia como si tu alma / estuviera escuchando y oyendo por casualidad / y sueñas que soñabas / que eras un río / Tulameen Tulameen

no los insípidos nombres prestados / como Brighton Windsor Trenton / mas los nombres que viajan con el viento / Spillimacheen y Nahanni / Kleen Kleen y Horsefly / Illecillewaet y Whachmacallit / Lillooet y Kluane / Salto de Búfalo con la cabeza aplastada  / y todo el cielo cayendo / cuando el búfalo cae al precipicio

Similkameen y Nahanni / repítelos, repítelos y recuerda / si alguna vez te vas por otras tierras / "el Norte como un hecho y para siempre" / Kleena Klene Nahanni / Osoyoos y Similameen / pronuncia los nombres / como si fueran tu alma / perdida entre las montañas / un alma que perdiste / y que la encuentras de nuevo regocijo / Tulameen Tulameen / hasta que tu corazón deje de latir / pronuncia los nombres”.

Ese texto, titulado “Pronuncia los nombres” es uno de los últimos textos escritos por el poeta canadiense Al Purdy, publicado en su colección “Beyond Remebering”, ("Más allá del recuerdo"), publicado por Harbour Publishing en el año  2000.

Alfred Wellington Purdy nació el 30 de diciembre de 1918 en el pueblito ontariense de Woole, y falleció a los 81 años el 21 de abril de 2000 en North Saanich, Columbia Británica. Lo que en principio se creyó que fue una muerte natural, fue en realidad una muerte asistida, lo cual causó estupor entre sus conocidos.

Para situar la importancia de Al Purdy en el espacio de la literatura canadiense, Robert Lecker explica en su texto “Haciendo real: la canonización de la literatura canadiense en inglés” que el canon canadiense surgió a partir de 1965 cuando el gobierno, la academia y la industria editorial aunaron esfuerzos para la creación de “una imagen de ellos y sus valores”. El objetivo era tratar de dar respuesta a la pregunta: “¿cuál es la identidad canadiense?”. En este sentido, lo que Purdy propone son textos que van a servir para expresar lo que se puede llamar el nacionalismo canadiense.

Purdy publicó su primera colección de poesía, “El Eco Encantado”, en 1944, trabajo que describió como “infame”. Distintas versiones cuentan que  tras su publicación, Purdy buscó desesperadamente todas las copias para destruirlas.

En los años 60 Purdy encuentra su voz en libros como “Poemas para todas las Annettes”, “Los caballos de Cariboo”, y “Al norte del verano”. Estos son posiblemente los mejores libros de Purdy y los poemas en ellos son los más antologados y estudiados.

Paisaje en la región de Ontario, cerca a la pequeña ciudad de Belleville, que era el área que Purdy describió en sus textos. (Foto. Rufo Valencia / RCI)

En el texto titulado “En el Hotel Quinte”, publicado en el libro “Poemas para todas las Annettes” en 1962, Al Purdy transforma un momento anónimo en bar en un pueblito entre Toronto y Montreal en una ocasión celebratoria, donde se mezcla el humor local y el ritmo de un sábado por la tarde junto al lago Ontario. 

En su introducción a la antología “The More Easily Kept Illusions”, (“Las ilusiones más fáciles de mantener”), publicado por la editorial de la Universidad Wilfred Laurier en 2006, Robert Budde anota que es en “En el Hotel Quinte” donde Purdy encuentra “por un lado, las realidades cómicas en el mundo del trabajo, los bares, las disputas domésticas, la escatología y la humildad en una relación precaria con conceptos como la belleza, la historia, el amor, el honor y la muerte. Ese texto hace parte de ambos mundos; es el producto del ‘hombre sensible’ reflexionando en el bar del hotel Quinte”.

Purdy, a la izquierda, fue un frecuente anfitrión de otros poetas y escritores en su casa en el pueblito de Ameliasburgh, Ontario, incluyendo a Michael Ondaatje. (Foto: CBC / Cortesía de la Asociación A-frame de Al Purdy)

Los textos de Al Purdy son como un viejo mapa para recorrer y sentir la vida en las pequeñas ciudades y localidades de Canadá como Belleville o Kingston en Ontario, o Prince Albert en Saskatchewan. Es un mapa para admirar la estoica y agreste naturaleza canadiense y cómo las narrativas sobre esta naturaleza van formando a su vez la idea de lo que es Canadá.

 

William Ormond Mitchell bajo los cielos de las Praderas

Mirando los cielos de las Praderas canadienses es fácil creer que la tierra es plana, o sentir lo que sentiría una hormiga en medio de una cancha de fútbol. Por otro lado, esta región es la parte de Canadá que registra anualmente la mayor cantidad de cielos despejados. Calgary, Edmonton, Regina, Saskatoon y Winnipeg son ciudades que tienen más de 315 días de sol por año. Es esa geografía la que se convierte en personaje en la novela “Quien ha visto el viento”, escrita por el autor canadiense William Ormand Mitchell, publicada en 1947.

William Ormond Mitchell durante una entrevista en la televisión pública canadiense CBC en 1976 (Foto: Archivos CBC)

“Aquí estaban los elementos comunes más básicos de la naturaleza, sus elementos más  simples: la tierra y el cielo encarnados en la pradera de Saskatchewan. Se extendía con toda su inmensidad alrededor del pueblo, hasta perderse en la lejana línea del cielo. Pradera resplandeciente bajo el sol de junio, esperando la infalible visita del viento, suave al principio, apenas acariciando las largas hierbas y luego dándoles movimiento; más tarde se convertía en una larga ráfaga de calor que levantaba la negra capa vegetal de la tierra y la amontonaba en las fosas que bordeaban los caminos, o la acumulaba en gran cantidad contra las vallas. En la pradera, el ganado permanecía quieto junto a los abrevaderos de lodo seco, sin  agua para ellos. Allí donde el blanco de los álcalis bordeaba el curso del río un hilo de agua se abría paso hacia el pueblo visible en el horizonte. Los sauces plateados, cargados de polvo, crecían a lo largo de las orillas del río, perfumando el aire con su olor a miel. Justo antes de llegar al pueblo, el río se abría en un amplio bucle para entrar por el costado este. Habitado por unas mil ochocientas almas, el pueblo había crecido a ambos lados del río a partir de la semilla de una cabaña construida por un granjero en la primavera de mil ochocientos setenta y cinco. El pueblo estaba compuesto en gran parte por construcciones con techos altos y a dos aguas, cada uno con una extensión de césped al frente y un jardín en la parte trasera. Las casas estaban alineadas en avenidas con nombres propios de las praderas: Bison, Riel, Qu'Appelle, Blackfoot, Fort. Las aceras de cemento se extendían desde la Primera hasta la sexta calle en la esquina con MacTaggart's Corner. Desde allí, en lugar de acera había una tarima de madera que llegaba hasta donde comenzaba la pradera”.

William Ormand Mitchell nació el 13 de marzo de 1914 en el pueblito de Weyburn, en la provincia de Saskatchewan y murió el 25 de febrero de 1998 en la ciudad de Calgary, Alberta.

Paisaje de las praderas de Saskatchewan. (Foto: Peacenik / Pixabay)

“Quien ha visto el viento” tiene como personaje principal a Brian Sean MacMurray O’Connal, un niño que vive en un pueblito  de Saskatchewan. En la presentación de su novela,  William Ormand Mitchell anota lo siguiente.

Muchos intérpretes de la Biblia creen que el viento es un símbolo de la divinidad. En esta historia he tratado de presentar con simpatía la lucha de un niño para entender lo que aún desgasta a los hombres maduros y cultos: el significado final del ciclo de la vida. Para el niño ese significado se revela en momentos de visión fugaz de realidades como el nacimiento, el hambre, la saciedad, la eternidad, la muerte. Son momentos en los que un corazón inquieto busca hallar el sentido del mundo  y en los que la cadena de la oscuridad se rompe. Esta es la historia de un niño y el viento.

Lo que mueve a su personaje principal es saber si lo que ocurre a su alrededor tiene sentido. Poco a poco se van formando en la mente del niño conceptos como la justicia, la autoridad, la discriminación racial, la discriminación social, la lealtad, la amistad, la enfermedad y la muerte a través de sus experiencias en los espacios cotidianos como la escuela, la zapatería del pueblo, los sermones en la iglesia, las actividades diarias en la granja. 

Quienes no conocen los inmensos cielos azules de Saskatchewan podrán tener una idea gracias a las páginas de “Quien ha visto el viento”, novela simple y compleja a la vez. Y quienes han tenido la fortuna de conocer ese cielo, encontrarán en este texto una puerta siempre abierta para regresar a ese cielo, a sentir ese viento de junio en las Praderas canadienses.

Según William Ormond Mtchell, su novela “es la historia de un niño y  el viento”. (Foto: Pixabay)  

“Una felicidad de segunda mano” de Gabrielle Roy

Si la Primera Guerra Mundial sirve como material para novelas como “Barómetro en aumento”, de Hugh MacLennan, o “Los generales mueren en cama”, de Charles Yale Harrison, la Segunda Guerra Mundial sirvió de tema en novelas como “Una felicidad de segunda mano”, escrita por Gabrielle Roy y publicada en 1945. Gabrielle Roy nació en St. Boniface, en la provincia de Manitoba el 22 de marzo de 1909. En 1937 viajó a Francia. Tras dos años en Europa, regresa a Canadá en 1939, instalándose en Montreal, donde se dedica al teatro y el periodismo.

En 1942 Gabrielle Roy vivía en la calle Dorchester, cerca de la calle Green, en el barrio montrealense de Westmount, un barrio rico de Montreal. Había que descender hacia el río San Lorenzo para llegar al barrio pobre de Saint Henri, por donde pasaba la vía del ferrocarril. 

Fue en esos paseos, deambulando por las calles Saint- Antoine, Saint-Jacques o la calle Notre-Dame, entre obreros y trabajadoras que se encontraban en su pausa del almuerzo, que ella fue dando forma a sus personajes.

A Florentine le pareció que si se inclinaba hacia este joven, ella respiraría el embriagante aroma de la gran ciudad. Ella ya se veía bien vestida, bien alimentada, contenta, asistiendo a espectáculos que costaban caro. Vio en su imaginación la calle Sainte-Catherine, los escaparates de los grandes almacenes, la elegante multitud de un sábado por la noche, las tiendas de flores, los restaurantes con sus puertas giratorias y sus mesas con manteles y cubiertos, colocadas casi en la acera detrás del reflejo de los ventanales, la entrada luminosa de las salas de teatro, sus pasillos que se extienden más allá de la torre vidriada de la cajera, entre los reflejos de los altos espejos, las rampas lustrosas, las plantas como en un ascenso tan natural hacia la pantalla donde se mostraban las imágenes más bellas del mundo: todo lo que ella deseaba, admiraba y envidiaba flotaba delante de sus ojos. ¡Ah!, ¡este hombre sin duda que no debía aburrirse los sábados por la noche! Para ella, esos sábados no eran felices. A veces, no a menudo, había salido con un muchacho que solo la había llevado al pequeño cine del vecindario, o a algún salón pobretón en el barrio, y encima, a cambio de tan miserable diversión, él quería hacerse pagar en besos y de este modo ella acababa teniendo que defenderse cuando ni siquiera había tenido el placer de haber entrado al cine. A veces ella había salido junto con las muchachas, hacia el oeste de la ciudad, haciendo parte de un pequeño rebaño parlanchín, enteramente femenino. En esas ocasiones, más que calma y esparcimiento, ella había sentido sobre todo pena e incluso vergüenza. Ella observaba con atención cada pareja que pasaba, lo que aumentaba su resentimiento. La ciudad era para aquellas parejas, no para cuatro o cinco jovencitas que se abrazaban estúpidamente por la cintura, caminando por la calle Sainte-Catherine, deteniéndose delante de cada escaparate para admirar aquellas cosas que ellas no tendrían nunca.

Gabrielle Roy junto a un grupo de niños del barrio de Saint Henri en Montreal. 29 de agosto de 1945. (Foto: Conrad Poirier / Biblioteca y Archivos Nacionales de Quebec)

Con esta novela, que Gabrielle Roy explica que nació de la indignación al ver que un estado era capaz de a ver más esfuerzos por la guerra que por satisfacer las necesidades de la población en tiempos de paz, ingresamos al mundo de los obreros, de los desocupados, de mujeres que no tienen otro horizonte que casarse, tener hijos y repetir el ciclo de la pobreza material.

Para los hombres humillados por la pobreza material en el barrio de Saint-Henri, una de las maneras de resolver esa miseria en 1940 era enrolándose en las filas del ejército canadiense, que pagaba a las familias de los soldados veinte dólares mensuales. 

Gabrielle Roy en el Puente Atwater que cruza el Canal Lachine. 29 de agosto de 1945. (Foto: Conrad Poirier / Biblioteca y Archivos Nacionales de Quebec)

“Una felicidad de segunda mano” muestra que mientras exista la miseria, la felicidad es imposible. Sus personajes deben contentarse con fragmentos de felicidad, con actos que pretenden ser expresiones de felicidad, como el matrimonio sin amor de Florentine con el ingenuo soldado, Emmanuel, que parte hacia una guerra de la que probablemente no volverá, ya que la novela concluye con una frase que augura nuevas tragedias por venir. “Las sombrías nubes bajas en el cielo anunciaban la llegada de una tempestad”.

El 13 de julio de 1983, Gabrielle Roy murió de un ataque al corazón en la ciudad de Quebec, donde había vivido por 30 años. Tras sufrir un ataque previo en 1979, ella había empezado a escribir sus memorias, que se publicaron póstumamente como “La détresse et l'enchantement” (La pena y el encanto) en 1984.

El barrio de Saint Henri en Montreal. (Foto: CBC / Corinne Smith)

Joséphine Bacon, una voz del bosque y la tundra canadiense

Joséphine Bacon es una indígena innu canadiense que nació en el norte de la provincia de Quebec. En un momento de la historia en que se discute y se lucha contra la naturaleza colonial de las relaciones entre los Estados nacionales y los pueblos indígenas, sus textos presentan al público canadiense otra forma de ver, de sentir e interpretar la naturaleza y la historia.

Joséphine Bacon tras una lectura en la Biblioteca Atwater de Montreal. 20 de septiembre de 2018. (Foto. Rufo Valencia / RCI)

Joséphine Bacon es una escritora innu nacida en 1947 en la reserva indígena de Pessamit, que se encuentra en la costa norte de la provincia de Quebec, a unos 804 kilómetros al norte de la capital de Canadá, Ottawa.  

 “Los palos mensajeros / Tshissinuatshitakana” es un texto bilingüe en lenguas francesa e innu-aimun. Fue publicado en 2009 cuando ella tenía 62 años.

La comunidad innu de Pessamit en la actualidad. (Foto: Benoit Jobin / Radio-Canada)

Dentro de la literatura canadiense, los autores indígenas de las regiones nórdicas de Canadá, o descendientes de estas Primeras Naciones son casi invisibles. Uno de los más conocidos era el quebequense Yves Thériault, nacido en 1915 y fallecido en 1983, cuya novela “Agaguk”, publicada en 1958, ilustraba el conflicto que se produce cuando las comunidades indígenas entran en contacto con la cultura colonizadora del llamado hombre blanco, acarreando la fractura de la noción del mundo tal como había sido construida por los indígenas a través de los siglos.

Laure Morali, poeta franco-canadiense que ha trabajado codo a codo con Joséphine Bacon en la preparación de su primer libro “Los palos mensajeros / Tshissinuatshitakana”, publicado en 2009, anota en el colofón de ese texto que “como esos cazadores que esperan hacerse mayores para fabricar con sus propias manos el tambor en piel de caribú que dejará viajar sus sueños más profundos, Joséphine ha dejado que el tiempo haga su trabajo ante sentirse lista para liberar su canto. Tantas historias se han ido acumulando en ella, que se han transformado con el tiempo en suelo fértil, en espuma, en nieve, en liquen, en huellas de pezuñas, en trazas sobre la nieve, en huesos de cabeza de peces, que son la materia de sus poemas. Los ancianos le transmitieron la memoria del nutshimit, el gran territorio, en una lengua antigua que los jóvenes ya casi no hablan. Los ancianos le han enseñado a Joséphine los gestos para comunicar y compartir, gestos necesarios para sobrevivir los períodos de hambruna, así como lo importante que es dejar mensajes en el camino mientras se avanza, con ramas de árbol, para los que vendrán”.

Tres libros de poesía de Joséphine Bacon. De izquierda a derecha “Un té en la tundra / Nipishapui nete mushuat” (2017),  “Uiesh / En algún lugar” (2018) y “Los palos mensajeros / Tshissinuatshitakana” (2009). (Foto. Rufo Valencia / RCI)
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