El once de septiembre de 1973 el gobierno del presidente electo Salvador Allende era derrocado en un cruento golpe de Estado organizado con el apoyo del gobierno estadounidense. El 11 de septiembre de 2001, un grupo de militantes suicidas de Al Qaeda utilizó varios aviones como inmensos misiles contra blancos simbólicos en Estados Unidos: el Pentágono en Washington y las torres gemelas del World Trade Center en Nueva York.
Hoy en las páginas del periódico Le Devoir, el periodista François Brousseau publicó una columna titulada “Los otros once de septiembre”, donde él explica que “pese a la costumbre que tienen los estadounidenses de imponer su calendario de conmemoraciones al mundo, es pertinente recordar que la misma fecha sirve para evocar otros recuerdos, otros lugares y otros contenidos. Lo cual puede ser muy apropiado en estos días en que resuenan los tambores de la guerra.”
Fuera de los ataques terroristas de 2001 en Nueva York y Washington, el «11 de septiembre» más conocido es el de Chile. Este miércoles será el cuadragésimo aniversario.
El periodista François Brousseau escribe en Le Devoir que el golpe de Estado del general Augusto Pinochet contra el gobierno socialista electo de Salvador Allende, quien se suicidó durante el bombardeo contra su palacio presidencial, llegó a simbolizar en el mundo entero, toda una época de represión militar en América Latina.
La dictadura en este pequeño país, que tenía menos de 10 millones en ese momento se convirtió en una » causa célebre» global, especialmente debido a la participación confirmada de la CIA en el sórdido episodio del 11 de septiembre de 1973.
Sin embargo, la dictadura de Pinochet no fue la más sangrienta. Se estima actualmente que el número de personas asesinadas por el régimen llaga a las 3.200, es decir de cinco a diez veces menos que en Argentina, sostiene el periodista François Brousseau en Le Devoir.
Ese régimen se prolongó por más de 15 años. Su fin, que fue gradual hasta el final, dejó indemne al viejo tirano, ya que nunca fue juzgado ni condenado en su país. Esta dictadura se fue disolviendo gradualmente después de un plebiscito perdido que ella accedió a organizar, con la figura del viejo impenitente en el paisaje, hasta su breve detención en Gran Bretaña en 1998 y 1999, donde había ido a visitar a su amiga Margaret Thatcher.
La dictadura más sangrienta en ese momento se encontraba en el país vecino. Durante un período más corto, de 1976 a 1982, el régimen de los generales dejó en Argentina entre 15 000 a 30 000 víctimas, asesinadas por una banda armada que llevó a cabo una guerra de exterminio contra el izquierdismo y el comunismo. Una guerra que, en diversos grados, asoló el subcontinente.
Sin embargo, para la historia, es el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, y el rostro siniestro Augusto Pinochet, con su bigote y gafas oscuras, lo que el mundo se ha conservado hasta nuestros días.
Un elemento que vale la pena destacar, dice el periodista François Brousseau en las páginas de Le Devoir es que el Chile democrático y próspero de 2013 continúa siendo un país profundamente dividido sobre el balance de aquellos años de plomo. Un país donde una fracción importante de la población todavía venera la memoria del golpista «que nos ha salvado de la guerra civil y la catástrofe económica», como dicen sus acólitos.
Un país donde la erección en 2006 de una gran estatua del presidente Allende, el mártir socialista que se mantuvo fiel a la Constitución hasta el último aliento, justo al lado del Palacio de La Moneda, causó los gruñidos de la derecha chilena.
Todavía me acuerdo, dice el periodista François Brousseau en Le Devoir, del gesto de desaprobación y suspiro del taxista a quien le dijo en noviembre de 2007 en Santiago que esa estatua era muy conmovedora.
Otros 11 de septiembre importante es el de la «Diada», la fiesta nacional de Cataluña. Una fiesta que el mundo descubrió gracias a una manifestación espectacular en Barcelona hace un año, en la que participaron entre 500.000 a un millón de personas.
Durante esta Diada de 2012, la multitud había pedido un referéndum sobre la independencia para esta región de España reprimida durante mucho tiempo por el gobierno central, y actualmente en conflicto político abierto con Madrid sobre su estatus constitucional.
Un año más tarde, los partidarios de una Cataluña soberana, en el poder en Barcelona con un gobierno de coalición liderado por un “autonomista convertido en independentista”, Artur Mas, esperan hacer de la Diada 2013 un evento tan brillante como el de 2012.
Para esta ocasión se planifica una cadena humana del norte al sur del «país», una distancia de 400 km, para lo que se requerirán por lo menos unos 500.000 participantes.
Todo esto en recuerdo de una cadena famosa precedente, la cadena humana compuesta por tres países bálticos, todavía bajo el dominio soviético, que se celebró el 23 de agosto 1989 y que llevó a la soberanía de los tres Estados.
Con las encuestas que le dan a la opción de la independencia un 49% frente al 36%, encuesta de Metroscopia y El País publicada este fin de semana, el gobierno de derecha en Madrid, absolutamente intransigente, dijo que cualquier referéndum sería ilegal y prohibido.
Artur Mas vacila y pretende contemporizar, pero su base impaciente lo empuja hacia adelante. Hay una confrontación en el aire entre Barcelona y Madrid, señala finalmente el periodista François Brousseau del periódico Le Devoir, en su columna titulada “Los otros once de septiembre”.
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