Hace 25 años, el 24 de septiembre de 1988, el estadio olímpico de Seúl vivió uno de los momentos más increíbles de la historia del deporte. El atleta canadiense Ben Johnson venció a al estadounidense Carl Lewis y al británico Linford Christie en la distancia de los 100 metros en 9:79, record mundial de la época.
La final de los 100 metros de los Juegos Olímpicos de Seúl pasó a la historia como la mejor carrera de todos los tiempos, pero también como la más escandalosa y sucia.

«Ben» Johnson, nacido el 30 de diciembre de 1961 en Jamaica, llega a lo grande, con el brazo derecho levantado y dirigiendo una mirada hacia el lugar por donde entra el destronado rey de los Juegos de Los Ángeles en segunda posición (9:92); tercero es Linford Christie (9:97) y cuarto Calvin Smith (9:99), seguidos de Mitchell, Da Silva, Williams y un renqueante Stewart.
El estadio enloquece. Hasta cuatro atletas bajaron aquel día de la barrera de los 10 segundos, algo muy poco habitual en la época.
De rey de la velocidad a paria
Dos días más tarde, el Comité Olímpico Internacional anunció positivo un control antidopaje con estanozolol, una substancia anabolizante. Las imágenes de su salida precipitada recorrieron el mundo.
El escándalo de Ben Johnson fortaleció de alguna manera la lucha antidopaje. Fue prohibido de toda competición y obligado a testificar en una investigación gubernamental sin precedentes sobre el uso de drogas en el deporte canadiense.
Con el tiempo, cinco de los ocho participantes en aquella legendaria carrera de Seúl se vieron involucrados en asuntos de dopaje.
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