Varios de los 13 canadienses que formaban parte de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas para Rwanda se reunieron ayer en Ottawa para conmemorar el aniversario de la masacre de Ruanda.
La matanza comenzó después que el presidente Juvenal Habyarimana murió en un accidente aéreo el 6 de abril de 1994. Al terminar, hubo más de 800.000 personas muertas.
El trauma persiste entre los soldados canadienses

Se estima en un cuarto de la población ruandesa que sigue sufriendo los efectos psicológicos del horror y los canadienses que estuvieron allí no escaparon tampoco ilesos. El mayor Luc Racine sufría de trastorno de estrés post-traumático y se suicidó en 2008.
El mayor canadiense general Romeo Dallaire encabezó la misión de paz en 1994 y pidió ayuda a Naciones Unidas que nunca llegó. La masacre y su incapacidad para detenerla lo perseguían. Después de regresar a casa, él también intentó suicidarse pero sobrevivió y llegó a escribir un libro sobre el horror. Dallaire dio el ejemplo al hablar abiertamente sobre el TEPT, el trastorno post traumático, un tema que había sido tabú en el ejército canadiense y que sigue siendo difícil de abordar.
Con Dallaire estaba el Major Brent Beardsley, quien habló sobre «… un hedor insoportable de la muerte.» Desarrolló síntomas de trauma en el año 2000, mientras formaba a otros soldados cuando los escenarios se hicieron demasiado realistas para soportarlo. «Un día al levantarme no pude ponerme las botas», dijo. «Me agaché para ponerme mis botas y no pude hacerlo más.»
Para Jean-Yves St-Denis, el encuentro con otros soldados que se encontraban en Rwanda significa poner un término. “Recordando a los que murieron, y diciéndoles, como grupo, adiós que y ellos serán recordados «.
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