Según los resultados de un estudio sobre los forcejeos o juegos físicos entre padres e hijos, estos juegos ocupan un lugar importante en la evolución, tanto de los niños como de las niñas, pero más entre los niños. Daniel Paquette, profesor de Psyco-educación en la Universidad de Montreal, comenzó a estudiar la importancia, y sobre todo la función de esos juegos y qué es lo que los niños ganan con ellos para aprender a regular su agresividad.
Lo que se decía antes de su estudio es que si los padres forcejeaban con los hijos, quizá los niños fueran menos agresivos con los otros niños. Pero no se había encontrado una relación entre la frecuencia de este juego y la agresividad de los niños contra los otros niños.
Según el profesor Daniel Paquette, las investigaciones muestran que la posibilidad de que un juego de fuerza degenere en verdadera pelea o agresión es muy mínima, porque existen mecanismos naturales que hacen que el juego de fuerza se regule el mismo. Y para eso existen las pausas. Naturalmente, tanto los gatitos, como los chimpancés jóvenes y los niños, en un momento dado van a hacer naturalmente una pausa en el juego para bajar el grado de agitación y comienzan nuevamente después. Existe también la regla de la reciprocidad. Generalmente un niño va a jugar con otro niño del mismo tamaño y de la misma fuerza, para que el juego se equilibrado.
En el caso de los forcejeos entre el padre y el hijo, el padre debe disminuir considerablemente su fuerza para no lastimarlo. Pero ese juego es necesario para que el niño aprenda que si no se toman riesgos no se puede avanzar y naturalmente disminuye la ansiedad en ellos. En otras palabras, los padres invitan a los niños a ir más allá de sus límites para que desarrollen la confianza en ellos mismos y exploren su entorno.
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