A primera vista digamos que el Sol es una estrella que no tiene absolutamente nada de espectacular. En nuestra galaxia es una estrella entre varios miles de millones de estrellas. No es particularmente grande, ni particularmente brillante, ni particularmente caliente. En otras palabras es una estrella ordinaria, punto. Lo que la vuelve verdaderamente muy interesante y esencial desde nuestro punto de vista de la comprensión del entorno espacial en que gravita nuestro sistema solar, es que es la estrella más cercana de la Tierra.
El Sol es una estrella de edad madura. Se encuentra más o menos a la mitad de su vida, tiene unos 4.500 millones de años y una esperanza de vida probable de otros 10.000 millones de años. Es una estrella llamada de “secuencia principal”, es decir que su combustible es el hidrógeno, lo cual indica la “fase adulta” de una estrella.
Al principio de su nacimiento, cuando el Sol se contraía, comenzó como una nube gas y polvo que se contrajo bajo el efecto de su propia gravedad. Las reacciones nucleares no se operaban en ese momento. Es solo cuando la densidad y la temperatura -que aumentan a medida que la nube se contrae- alcanzaron cierto umbral, que les reacciones nucleares se activaron. Y en ese momento, el Sol, como muchas otras estrellas que llegan a ese estado, alcanza un período más o menos estacionario.
En el caso de nuestro Sol, esa fase de quema de hidrógeno dura más o menos 10.000 millones de años. Las estrellas más pequeñas vivirán más tiempo y las estrellas más grandes que el Sol, brillan más y queman su carburante mucho más rápido y en consecuencia, viven menos tiempo, afirma el Dr. Paul Charbonneau, físico y titular de la Cátedra de investigación en Astrofísica solar de la Universidad de Montreal
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