¿Hasta cuándo un hogar dulce hogar sigue siéndolo? Esa es la pregunta que se hacen los pocos residentes de un pintoresco y remoto pueblito, Little Bay Islands, situado en una isla de la provincia marítima de Terranova y Labrador.
El pueblito, que tiene menos de cien habitantes, se está muriendo. Y aunque muchos de sus residentes quieren irse a otra pare para no prolongar la agonía, otros prefieren quedarse.
El Gobierno de la provincia ha puesto sobre la mesa el dinero para comprar las casas de todos los residentes, lo cual ha atizado el debate sobre si quedarse o marcharse.
Por más de doscientos años los pobladores de este pueblo se han ganado la vida como pescadores en las aguas del lugar.
Una de las residentes, Doris Tucker, que nació en el pueblo, recuerda que era un lugar hermoso, de relaciones muy próximas entre las familias y que era un lugar feliz.
Pero todo ha cambiado. La antigua planta pesquera, que compraba lo que los pescadores traían en sus redes y daba empleo a los pobladores, está cerrada desde hace tiempo. Ahora sólo sirve de percha a las aves marinas.
Todas las tiendas y comercios del pueblo cerraron sus puertas hace tiempo, y la escuela del pueblo tiene inscritos a apenas dos estudiantes.
Con menos de cien residentes en Little Bay Islands, el concejal del municipio, Dennis Budfell, planteó a sus conciudadanos la posibilidad de hacer las maletas, dejarlo todo e irse a otra parte a empezar una nueva vida. Esto con la ayuda del gobierno provincial.
Al principio, la gente se opuso a la idea. Pero cuando el gobierno de la provincia de Terranova y Labrador ofreció a los residentes comprarles sus casas en 250.000 dólares cada una, un 90 % de la población manifestó su acuerdo con marcharse y abandonar el pueblo para siempre.
Perry Locke, el ex alcalde del pueblo, cuenta que había residentes que querían quedarse, porque sus familiares están enterrados en el pueblo y no quieren abandonarlos, Pero cuando llegó la promesa de dinero, muchos cambiaron de parecer. Él, sin embargo, es uno de los que no quieren marcharse. Locke renunció al cargo de alcalde cuando sus vecinos le amenazaron y le acusaron de retrasar el proyecto. Pero las divisiones se extendieron a muchas otras familias en la pequeña isla.
Charlene Hinz, la dueña de un pequeño hostal, Aunt Edna, dice que se le agotó la paciencia y que los retrasos en la toma de decisiones por parte del gobierno provincial han convertido a lo que antes era un pueblo hermoso en un lugar horrible y que está dividiendo a sus pobladores.
Por su parte, el Gobierno provincial todavía se encuentra debatiendo si pagar por todas las casas del pueblo para luego cerrarlo para siempre es lo más conveniente para las finanzas provinciales.
La gente que ha optado por quedarse a vivir en Little Bay Islands dice que pase lo que pase, este pueblo nunca volverá a ser lo que un día fue.
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