En un desafiante discurso ante el nuevo Congreso dominado por los republicanos, este martes en Washington el presidente de Estados Unidos pidió a sus opositores que pongan fin a su resistencia a aumentar los impuestos a los más ricos y advirtió que vetará cualquier legislación que obstaculice sus decisiones más importantes.
Enfrentado a una economía en crisis desde el inicio de su presidencia hace seis años, Barack Obama acudió a una sesión conjunta del Congreso para declarar que sus políticas han dado resultados positivos como la reactivación económica que ha reducido la tasa de desempleo a un 5,6 por ciento.
“Este es el momento para dar vuelta a la página de la recesión y la guerra y trabajar juntos para ayudar a los estadounidenses de clase media que se han quedado atrás”, dijo el mandatario estadounidense.
Sabiendo que pedir que los ricos paguen mayores impuestos es una iniciativa que los republicanos probablemente rechazarán y reprendiendo a quienes sostienen que el cambio climático no es real, Obama adoptó un tono de desafío para sus últimos dos años en el cargo.
El primer mandatario afro-estadounidense en la historia se comprometió a vetar cualquier intento republicano de revertir su ley de servicios de salud o su relajamiento unilateral de la política de inmigración.
Obama recordó a los republicanos que ya no necesita cortejar al electorado estadounidense de nuevo. «No tengo más campañas que disputar», declaró. Cuando un puñado de aplausos surgió de los republicanos ante esa perspectiva, añadió con una sonrisa: » Lo sé porque gané ambas elecciones».
Dirigiéndose al Congreso por primera vez desde que los republicanos ganaron la mayoría de los escaños en el Senado en las elecciones de noviembre, el presidente demócrata dejó en claro que no dará marcha atrás ante sus adversarios políticos, instándolos más bien a trabajar en conjunto «sin demonizarse mutuamente».
Aunque muchas de las propuestas esbozadas en el discurso de Obama son populares entre los estadounidenses, éstas tienen pocas posibilidades de materializarse debido a la tozuda oposición republicana y al hecho de que el país pondrá dentro de poco toda su atención en la campaña presidencial del 2016, de la cual saldrá el reemplazante de Obama.
Las propuestas de Obama de una redistribución más justa de la riqueza podrían servir de referencia en el debate político que surgirá en el marco de las próximas elecciones y podrían ayudar a la ex secretaria de Estado, Hillary Clinton, una gran favorita para la nominación presidencial demócrata si decide postular.
En política exterior, Obama defendió su decisión tomada en diciembre de restablecer las relaciones con Cuba y exhortó al Congreso a levantar el embargo económico de Estados Unidos contra la isla caribeña, que se ha extendido por más de 50 años.
Obama también pidió a los legisladores que aprueben una nueva autorización para el uso de la fuerza militar contra los milicianos del grupo armado Estado Islámico, en sustitución de los poderes otorgados al presidente George W. Bush para librar la guerra en Irak.
Obama repitió la promesa que hizo al asumir la presidencia de cerrar la polémica prisión militar estadounidense en la Bahía de Guantánamo, Cuba. «Es hora de cerrar Guantánamo», repitió, prometiendo renovados esfuerzos en este empeño.
El presidente dijo a demócratas y republicanos que en el área del comercio buscará culminar acuerdos comerciales con Asia y Europa para crear más puestos de trabajo vinculados a la exportación, instando al Congreso a darle la autoridad para negociar acuerdos de libre comercio.
Los demócratas se han opuesto a darle tales poderes, por temor a que esos pactos comerciales perjudiquen a los trabajadores estadounidenses.
El eje central del plan de Obama de apoyar a la clase media consiste en aumentar los impuestos a los estadounidenses más ricos a fin de recaudar unos 320.000 millones de dólares en los próximos 10 años. Esos fondos servirán para otorgar mayores créditos tributarios y beneficios en educación para la clase media, incluidos dos años gratuitos de estudios superiores.
La idea de aumentar el impuesto a las ganancias de capital y dividendos de un 23,8 a un 28 por ciento es popular entre los demócratas que tienen en la mira las elecciones del 2016.
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