Canadá se encuentra ya en campaña electoral.
El gobierno federal decidió iniciar con anticipación el proceso que llevará hacia las elecciones previstas para el 19 de octubre.
Por lo común, los canadienses se ven expuestos a la publicidad electoral durante aproximadamente un mes y medio, aunque en esta ocasión consumirán los mensajes de los candidatos durante 11 semanas.
Las críticas a la medida no se hicieron esperar.
Por un lado, cuando estamos en pleno verano, el público parece poco dispuesto a dejar atrás las vacaciones para zambullirse en los temas más urgentes de la campaña.
Por otra parte, la oposición acusa a la administración conservadora de buscar sacar provecho de sus arcas mejor aprovisionadas y de intentar obligar al resto de los partidos a agotar sus recursos financieros, para darles una estocada final cuando el sufragio sea inminente.
En el medio, las voces que critican al gobierno endilgándole no haber escuchado nunca los reclamos de reorientar de modelo económico, de la necesidad de una política coherente en materia de lucha contra el cambio climático, de haber abandonado la tradición canadiense de no participar ni propiciar conflictos armados en el extranjero… y la lista sigue.
También están quienes señalan a Harper como un político que ha dañado la democracia canadiense y lo que el país significaba para el resto del mundo. En esos términos se expresó días pasados el actor Donald Sutherland, al criticar la norma que impide votar a los canadienses que permanecen fuera del país más de 5 años.
En el ínterin, la economía parece no haber alcanzado ni el umbral de la bonanza prometida por Ottawa, por el contrario, se habla cada vez más de recesión, el dólar canadiense sigue perdiendo terreno ante su contraparte estadounidense y el bajo precio del petróleo ha disparado la desocupación y desacelerado el mercado inmobiliario incluso en Alberta, la cuna de Harper.
Sobre las vicisitudes de la campaña electoral, Luis Laborda habló con Will Amos, profesor de la Facultad de Leyes de la Universidad de Ottawa.
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