El 22 de abril se celebra internacionalmente el Día de la Tierra.
Se trata de una jornada en la que la situación del medioambiente global se convierte en el tema central en la mayoría de los países del mundo.
Con un proceso de calentamiento global que parece ser más evidente cada día, aunque también una parte de la opinión pública, la comunidad política e incluso algunos científicos lo niegan, Canadá no puede abstraerse a la cuestión.
Pero, contrariamente a lo que muchos desearían poder decir, los informes ambientales más recientes no ubican al país como modelo en la defensa del nuestro hábitat.
El Conference Board de Canadá viene de dar a conocer un documento en el que el país aparece apenas en el puesto 14, de un total de 16, en materia de esfuerzos para preservar el medioambiente.
En la base de una actuación tan pobre se ubica el fracaso en alcanzar las metas de reducción de emisiones de dióxido de carbono, el principal agente impulsor del efecto invernadero.
Los canadienses producen un total de 20,7 toneladas de CO2 por habitante, muy por encima de otras naciones desarrolladas.
Para Isabelle St-Germain, directora principal de la organización ecologista Equiterre, con sede en Montreal, resulta esencial en la búsqueda de una solución, que los canadienses modifiquen sus hábitos de consumo.
Por otra parte, sostiene que la economía de la provincia de Alberta, basada en la explotación del petróleo y de las arenas bituminosas, va en contra de los esfuerzos que puedan hacer otras provincias para mejorar la situación ambiental a nivel nacional. Un cambio de modelo, volcándose a energías no contaminantes, se presenta como impostergable.
EscuchePor su parte, Francisco González, de Earth Day Canada (Día de la Tierra Canadá), con sede en Toronto, señala los esfuerzos que se están llevando a cabo en materia de reforestación, las campañas que buscan generar hábitos más sanos y ecológicos en la población y de la necesidad de tomar conciencia que si la degradación del medioambiente continúa, serán las próximas generaciones las que pagarán el precio más caro, cuando la destrucción de nuestro hábitat sea irreversible.
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