Con el cambio climático, aunque los ecosistemas no sufran una destrucción completa, sí se debilitan.
Ya existen indicios claros de la necesidad de comenzar a preocuparse por la salud del hábitat marino.
Cerca del 95 por ciento del arrecife de coral ubicado en aguas de Australia ya ha sido dañado y afectado por los cambios térmicos.
La industria de la pesca y, en consecuencia, quienes viven de ella son testigos directos del grado de degradación al que ya han llegado los océanos; la porción de la industria alimenticia ligada a la pesca también comienza a resentirse.
Esa realidad se torna más dramática en el caso de los países en vías de desarrollo, dependientes en forma más directa de la naturaleza para la obtención de sus recursos alimenticios y menos preparados para adoptar medidas que frenen el cambio.
Los arrecifes de coral son también el escudo contra tempestades marinas y el incremento del nivel de las aguas. Numerosas pequeñas islas en diversas partes del mundo ven su existencia amenazada ante el desgaste de esas defensas.
En el caso de Canadá, una prueba del calentamiento oceánico es la reducción de la masa de hielo en el Ártico y la aparición de peces tropicales en aguas territoriales.
Poner fin a la sobrepesca se presenta como una de las medidas urgentes que los gobernantes deberían adoptar.
Si no se toma conciencia de la gravedad de la situación y se actúa en consecuencia, la destrucción del hábitat marino y la consiguiente desaparición de especies de peces que son importantes para los humanos se acelerarán.
Así lo sostiene el investigador Andrés Cisneros-Montemayor, del Instituto de Océanos y Pesca de la Universidad de Columbia Británica, en diálogo con Luis Laborda.
Otros materiales para consultar:
Programa Nereus en inglés y japonés.
Informe sobre los efectos del cambio climático en los océanos en inglés.
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