El gobierno canadiense ha puesto buena parte de sus energías en promover el denominado Acuerdo Económico y Comercial Global, una suerte de tratado de libre comercio entre este país y la Unión Europea, conocido por sus siglas en inglés CETA.
Sin embargo, el optimismo expresado por Ottawa no es compartido por todos.
En el propio continente europeo, numerosas voces se manifiestan en contra de la iniciativa, señalando que la misma implica riesgos.
Según nuestra entrevistada, las regulaciones en la producción de alimentos son diferentes, siendo más exigentes en Europa. La aprobación de un pacto como el propuesto, en ese sentido, pondría en riesgo la calidad de la industria local de los alimentos y, al tiempo, implicaría una amenaza para la salud de las personas.
Como ejemplo, se puede citar el caso de los productos modificados genéticamente, que en el mercado de la Unión deben estar etiquetados claramente, para que el público cuente con toda la información referida a los componentes de lo que está consumiendo.
De igual modo, en el continente europeo existe aún un gran número de productores a pequeña escala, en algunos casos empresas familiares, que no podrían competir de ningún modo en un mercado donde los agentes dominantes serían las grandes firmas, principales beneficiarias del CETA.
Otra de las preocupaciones que se erigen en torno al acuerdo es el cuidado y preservación del medioambiente. Al respecto, las grandes industrias productoras de bienes deben reconocer el rol que ellas juegan en el cambio climático.
Blanca Ruibal, responsable de agricultura y alimentación en la organización Amigos de la Tierra, sección España, se expresa sobre el tema, en diálogo con Luis Laborda.
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