Una imagen tomada en Alepo durante este inicio de diciembre

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Photo Credit: AMEER ALHALBI | Getty Images

La caída de Alepo marca una nueva era peligrosa

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Un editorial del periódico canadiense Toronto Star destaca que el tratamiento brutal de Alepo y la impotencia de los países occidentales ante la situación son signos de lo que vendrá.

Tomó 4.000 años construir la ciudad de Alepo, y sólo una generación para destruirla, dijo esta semana un funcionario de Naciones Unidas. De hecho, ni siquiera fue una generación: La reducción a escombros sangrientos de gran parte de la antigua ciudad siria tardó apenas algo más de tres años, dice el periódico canadiense Toronto Star.

Esta es una tragedia documentada en Twitter, Instagram y YouTube, a través del testimonio de civiles sitiados como Bana al-Abed, la niña de 7 años de edad, quien ahora es una estrella de los medios de comunicación social gracias a sus crónicas sobre el asalto de las fuerzas gubernamentales sirias contra el sector controlado por los rebeldes en Alepo. «Querido mundo, los bombardeos son intensos en este momento», escribió ella este miércoles. «¿Por qué estás callado?»

Efectivamente: por qué. La caída de Alepo es un desastre humanitario que quedará en la conciencia del mundo. Miles de personas han muerto, los civiles fueron bombardeados, gasificados y privados de alimento y asistencia médica. Los crímenes de guerra de todo tipo se han hecho rutinarios.

Pero Alepo es más que un colapso humanitario. Es un punto de inflexión que marca la transición de un sistema internacional dominado, para bien o para mal, por Estados Unidos, hacia un nuevo orden mundial mucho menos predecible. En este nuevo marco, un debilitado e inseguro Estados Unidos permanece al margen mientras que Estados autoritarios con más confianza, como Rusia, Irán y China, dan un paso adelante para llenar el vacío.

En Siria, esto está claro. El gobierno de Obama, con pocas ganas de embarcarse en otra aventura bélica en Oriente Medio tras las sangrientas e inconclusas guerras en Afganistán e Irak, decidió desde un principio no intervenir en la guerra civil en Siria. Este vacío permitió la expansión de la influencia de otros actores. Rusia e Irán acudieron a apoyar al gobierno de Assad con aviones y combatientes, mientras que Turquía llegaba discretamente a un acuerdo con los ganadores manchados de sangre.

El resto del Medio Oriente ha tomado nota de la situación. Países como Egipto, según el Wall Street Journal, reconocen abiertamente que Rusia es la nueva potencia en la región. Washington se ha quedado atrás.

Es casi seguro que esta situación no va a cambiar con Donald Trump en la Casa Blanca. Trump parece contento al ver que Vladimir Putin toma la iniciativa en Siria y tampoco se detiene a considerar sutilezas como los posibles crímenes de guerra. Mientras que Assad y Putin luchen contra el llamado Estado Islámico, Trump estará satisfecho. «Siria está luchando contra ISIS, Rusia está luchando contra ISIS», dice Trump con simpleza. Al final de cuentas, el enemigo de mi enemigo es mi amigo, y no hay necesidad de hacer preguntas incómodas.

Hubo un tiempo, y no fue hace mucho, cuando la comunidad internacional actuaba para salvar ciudades como Alepo cuando se encontraban sitiadas por los criminales belicosos. La doctrina de la «responsabilidad de proteger», o R2P, defendida por el canadiense Lloyd Axworthy, fue invocada en la década de los años 1990 para justificar acciones militares para detener la violencia en Sarajevo, Srebrenica y Kosovo. Esas eran situaciones complicadas, pero de alguna manera el mundo era capaz de reunir la voluntad necesaria como para intervenir.

De hecho, «el mundo» en ese momento era efectivamente Estados Unidos, que acababa de ganar la Guerra Fría y que nunca había sido tan poderoso. Nadie, y mucho menos una Rusia desmembrada y derrotada, estaba en condiciones de desafiar a Washington, que actuaba solo o a través de organismos internacionales como la OTAN o la ONU, dependiendo de la situación. La doctrina de la «responsabilidad de proteger», y la intervención humanitaria eran coordinadas para reforzar convenientemente la hegemonía estadounidense.

Esto se acabó. Después de los experimentos ruinosamente caros y sangrientos de cambio de régimen en Afganistán e Irak, Estados Unidos adoptó una actitud más cautelosa, evitando más enredos. Sin su liderazgo asertivo, en los hechos ya no hay una «comunidad internacional» occidental dispuesta a asumir el costo y el riesgo de intervenir en un conflicto como el que ha destrozado a Siria en los últimos cinco años, con medio millón de muertos y millones de refugiados.

En su lugar tenemos ahora como actores centrales a nuevos Estados autoritarios como Rusia, Irán y China, dispuestos a llenar cualquier vacío que se produzca en lo que ellos consideran como sus esferas de interés. El triste resultado para Alepo es que fue abandonada por los países occidentales, que se han contentado con mantenerse al margen y retorcerse las manos haciendo declaraciones dirigidas a Assad y a los rusos sobre sus flagrantes violaciones de la ley y la moral.

Un afiche que muestra a Donald Trump y Vladimir Putin en Danilovgrad, Montenegro.
Un afiche que muestra a Donald Trump y Vladimir Putin en Danilovgrad, Montenegro. © Stevo Vasiljevic / Reuters

Desgraciadamente, podemos esperar más de lo mismo después del 20 de enero, cuando Trump asuma la presidencia. Él no parece interesado en la política exterior y todo lo que quiere es llevarse bien con grandes hombres como Putin y lograr mejores negocios con China, dice el Toronto Star.

La visión general de Trump sobre temas internacionales ha sido bendecida por un anciano Henry Kissinger, el legendario maestro de la realpolitik. Kissinger tiene poco interés en promover valores democráticos o doctrinas como la responsabilidad de proteger a las personas bajo amenaza. En su lugar, todo lo que le importa es promover los intereses de Estados Unidos y lograr acomodos con otros líderes poderosos, sin importar la ética o la ideología.

Así que bienvenidos a esta nueva era. El tratamiento brutal de Alepo y la impotencia de los países occidentales es sólo una muestra de lo que está por venir, dice finalmente el editorial del periódico canadiense Toronto Star.

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