«Tener vehículos que se pueden utilizar una y otra vez, con un índice de falla muy bajo, es esencial para una industria viable».
– Dr. Jaymie Matthews, Departamento de Física Astronomía, Universidad de Columbia Británica
El científico Stephen Hawking tiene suerte.
El reconocido cosmólogo y astrofísico anunció recientemente en itv que podrá cumplir su sueño de viajar al espacio. La oportunidad se la debe a Richard Branson, el empresario británico, que le ha ofrecido una plaza en uno de los vuelos espaciales de Virgin Galactic.
Claro que a él no le costará un centavo.
Los expertos dicen que 2018 será el año en que despegará el turismo espacial. Pero mientras que ya se dieron grandes saltos a la velocidad de la luz en esta área, estamos hablando de una empresa que todavía está llena de problemas y éstos van mucho más allá de su precio fuera del alcance de la mayoría de este mundo.
El costo del lanzamiento, por supuesto, sigue siendo una barrera importante, y una forma de bajarlo de siete a seis, o incluso a cinco veces de su precio actual sería construir cohetes que no terminen como basura espacial después de un lanzamiento.
Hasta ahora, sólo los súper ricos han podido permitirse la experiencia.

El precio actual de un viaje es de unos 50 millones de dólares, lo que supone más de los 20 millones de dólares que pagó en 2001 el primer turista espacial Tito. Y ya no ha volado nadie al espacio desde 2009, cuando el canadiense Guy Laliberté pagó entre 35 y 40 millones de dólares.
«A menos que el turismo espacial se mantenga exclusivamente para los multimillonarios, habrá entonces que tener vehículos que pueden ser utilizados una y otra vez, con un porcentaje muy bajo de fracasos, eso sería esencial para una industria viable», dice el Dr. Jaymie Matthews, profesor del Departamento de Física & Astronomía, Universidad de Columbia Británica.

La compañía de Elon Musk, SpaceX, dio un paso más cerca recientemente cuando reutilizó con éxito un propulsor de clase orbital -la parte más cara del cohete- que luego aterrizó en una plataforma en el océano.
Blue Origin, creado por el fundador de Amazon, Jeff Bezos, lanzó y aterrizó su cohete New Shepard en el espacio suborbital cinco veces en vuelos de prueba no tripulados. Ni siquiera se esperaba que sobreviviera al último, en octubre pasado, cuyo objetivo era probar el sistema de escape de la cápsula.

Pero esos llamativos lanzamientos de cohetes apenas constituyen una prueba de seguridad.
«Imagine el desastroso efecto que causaría al turismo espacial una pérdida catastrófica de turistas, aparte de la tragedia para las familias», dice Alex Ellery, profesor asociado de ingeniería mecánica y aeroespacial de la Universidad Carleton, Ottawa, de la cátedra canadiense de robótica espacial y tecnología. «Mataría a la industria del turismo espacial en su nacimiento mismo».
Ambas compañías aún no han enviado cohetes al espacio con pasajeros a bordo. SpaceX planea comenzar a llevar a los astronautas a la Estación Espacial Internacional este año.
«Los turistas deben tener la suficiente confianza de que van a regresar de su viaje en una sola pieza», dijo Ellery. «A medida que aumenta el número y la frecuencia de los lanzamientos exitosos aumenta la confianza en la parte de los turistas y en la de los ingenieros que han resuelto sus problemas tecnológicos».
La compañía Space Adventures, por ejemplo, ha registrado sólo siete vuelos espaciales – pero todos felizmente libres de catástrofes. Un puñado de ciudadanos pagó ya unos $ 20 a $ 40 millones de dólares cada uno para volar a la Estación Espacial Internacional a bordo de la nave espacial Soyuz rusa.
Sin embargo, cuando se trata de turismo espacial, la regulación sigue estando atrasada en comparación con la innovación.

Charles Oman, investigador y profesor de aeronáutica del MIT, Massachusetts Institute of Technology, se preocupa de que todo este bombo publicitario que rodea al turismo espacial eclipse los peligros potenciales cuando no existen protecciones en el lugar para los viajeros.
«Por ahora, la FAA, la Administración Federal de la Aviación estadounidense, sólo requiere que los participantes estén informados sobre los riesgos por la compañía de vuelos espaciales que vende los boletos», dijo Omán.
«¿Quién puede realmente informar objetivamente al posible comprador sobre la seguridad del viaje?»
Omán dice que en última instancia, le gustaría ver a los viajeros discutir su decisión de volar con una «persona técnicamente calificada, independiente, que verifique que el participante es consciente de que el riesgo es mucho mayor que el uno-en-varios millones- asociado con los viajes aéreos comerciales».
Una lección aprendida de la manera más difícil.
La Virgin Galactic de Richard Branson, una de los primeras en intentar el turismo espacial en 2004, se ha quedado atrás, acosada por los retrasos y un trágico vuelo de pruebas en octubre de 2014 que mató a un piloto e hirió a otro.
Virgin estaba ofreciendo un recorrido un poco más cerca de la Tierra y considerablemente más barato. Proponía llevar a los pasajeros a una altitud de unos 100 a 160 kilómetros alrededor de la tierra por US 250.000.
La compañía había planeado iniciar vuelos comerciales en 2015, pero sufrió un enorme revés cuando uno de sus cohetes se rompió durante un vuelo de prueba tripulado en 2014. Uno de los dos pilotos en la nave fue muerto y el otro resultó gravemente herido.
Sin embargo, los expertos no están dejando de lado a Virgin, con su lista de espera de 700 personas que han pagado $ 250,000 cada una. Y las ambiciones espaciales de la compañía han obtenido un gran impulso cuando el físico Stephen Hawking dijo que había aceptado la invitación de Branson para ser parte de un vuelo.
¿Qué es exactamente un viaje al espacio?

Hasta ahora, significa llevar pasajeros a la Línea de Karmán, el límite entre atmósfera y espacio exterior.
Los viajeros llegan al límite del espacio, experimentan la ingravidez durante unos minutos y vuelven. Es como una montaña rusa «donde el pico de la montaña rusa está a un poco más de 100 kilómetros por encima de la superficie de la Tierra», dice el profesor Matthews.
Musk ha puesto su mirada más lejos, en la luna, donde dijo que enviará a dos turistas que ya pagaron en el 2018.
Una empresa canadiense a la vanguardia de la construcción de hoteles espaciales
Maxim de Jong está convencido de que el turismo espacial está acercándose tan rápido, que está construyendo hoteles espaciales.
La Thin Red Line Aerospace de De Jong, con sede en Chilliwack, Columbia Británica, está a la vanguardia de los hábitats espaciales-estructuras presurizadas capaces de soportar la vida en el espacio- habiendo diseñado y construido con éxito los primeros inflables para la compañía estadounidense Bigelow Aerospace.
Génesis 1 y 2, lanzados en 2006 y 2007, todavía están en órbita. Esos prototipos estaban ya muy adelantados en su tiempo: «El problema siempre ha sido la disponibilidad de vehículos de lanzamiento asequibles, eso es lo que estaba frenando todo desde hace muchos años», dice de Jong. «Y ahora estamos en un punto de que es una posibilidad real».
El diseño de De Jong también se utilizó también para “las paredes” del BEAM – el primer hábitat expandible humano- que fue lanzado en abril de 2016 y atado al ISS, donde los astronautas están llevando a cabo periódicamente pruebas de habitabilidad sobre dos años .
De Jong dice que la tecnología es sólida.
«Una vez que llegas a la órbita, subes arriba y ya estás en un bonito hotel», dice, y con «espacio para moverse». También está trabajando en un sistema de esclusas para que la NASA transfiera pasajeros entre la nave espacial y el hábitat.
Alex Ellery, de la Universidad Carleton, ve un tiempo en un futuro no tan lejano en que los vuelos espaciales podrían costar entre 10.000 y 20.000 dólares.
«Creo que vivimos en tiempos muy emocionantes en los que el espacio ya no será un coto exclusivo para unos pocos afortunados», dijo.
«Cuando el precio caiga más acorde con la capacidad financiera de la gente común, de medios más modestos, me inscribiré».
RCI/CBC/Internet
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