Días pasados se llevó a cambio un encuentro en ciudad de México sobre el Acuerdo de Libre comercio para América del Norte (NAFTA), en el que la comunidad de los países participantes, Canadá, México y Estados Unidos, hizo escuchar su voz.
Cuando décadas atrás se inició el proceso para integrar los mercados norteamericanos en uno sólo, los representantes de la sociedad civil tenían la esperanza de que sus opiniones e inquietudes serían tomada s en cuenta y que los gobernantes proveerían la preservación de áreas consideradas esenciales, como los recursos naturales, el medioambiente, los derechos laborales, la salud, la educación, etc.

La desilusión fue grande, cuando el texto final dejó de lado todas esas cuestiones.
La entidad canadiense Common Frontiers asegura que lejos de los beneficios ventilados por los promotores del libre comercio, pactos como el NAFTA sólo han tenido como consecuencia la destrucción de áreas completas de la economía local, como es el caso de la agricultura en México o la explotación de recursos naturales en Canadá.
Pero no se trata de proponer una negación del intercambio comercial entre los países, sino de evitar que el poder transnacional pueda decidir e imponer su punto de vista, incluso, por sobre los parlamentos y normas de cada país participante.

Para nuestra entrevistada, es imposible encarar una renegociación de un acuerdo transnacional justo si no existe primero un proyecto nacional claro, con metas, objetivos y filosofía política acordes a los intereses locales.
Cuando Estados Unidos ha relanzado la negociación del NAFTA parece el momento justo para repensar la estrategia, volver a definir las prioridades y ajustar los mecanismos que aseguren que el intercambio comercial entre naciones no se convierta en un impedimento para el desarrollo de cada nación.
Louise Casselman, de Common Frontiers, desarrolla el tema en entrevista con Luis Laborda.
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