Con los resultados arrojados por la votación del domingo 30 de julio, para elegir una nueva Asamblea Constituyente en Venezuela, el presidente Nicolás Maduro sale reforzado.
Dicha situación torna aún más difícil la posibilidad de un diálogo entre gobierno y oposición, que permita poner fin a los enfrentamientos registrados en los últimos tres meses.
Eliminado el principal bastión opositor, con la casi segura instauración de un nuevo parlamento, el gobierno enfrentará ahora el desafío de demostrar que es capaz de pacificar el país y de retornarlo a la estabilidad y el crecimiento económicos tan esquivos desde hace tiempo.
Numerosos países han expresado su negativa a reconocer a la nueva Constituyente, calificando a la elección de antidemocrática.
Entre ellos hay que contar a Estados Unidos, México, Brasil, Argentina, Chile, Perú, Colombia, Panamá, Costa Rica, Suiza, España, la Unión Europea y Canadá.
El gobierno de Ottawa sostiene que se llegó a la votación del domingo sin las garantías suficientes, aunque no se muestra partidario de la aplicación de sanciones.
Cierto es que la falta de consenso y de unidad dentro de la oposición es en buena medida responsable de su incapacidad para lograr una negociación de igual a igual con la administración.
Las sanciones anunciadas por Estados Unidos y el apuro del gobierno Trump para calificar a Maduro de dictador no sólo podrían no arrojar los resultados buscados por la Casa Blanca, sino que podrían convertirse en un escollo para el diálogo entre las distintas partes, al tiempo que podrían empujar el gobierno Venezolano a estrechar los vínculos ya existentes con otras naciones como Rusia, China e India, sacando al país sudamericano fuera de la influencia de Occidente.
Ricardo Peñafiel, analista político y miembro fundador del Grupo de Investigación sobre los Imaginarios Políticos en América Latina (GRIPAL), examina la situación tras la Constituyente en diálogo con Luis Laborda.
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