Dos funcionarios de alto rango de Estados Unidos señalaron este lunes que no había evidencia de que el atacante que mató a tiros a unas 58 personas en Las Vegas, incluyendo dos canadienses, Jessica Klymchuck y Jordan McIldoon, estuviera vinculado con algún grupo militante en el exterior.
La lluvia de balas disparadas por Stephen Paddock, de 64 años, desde una ventana en el piso 32 del hotel Mandalay Bay contra una multitud de 22.000 personas duró varios minutos, causando terror entre las víctimas. En su desesperación de huir, varias personas acabaron siendo pisoteadas por la estampida humana. Más de 500 personas resultaron heridas, incluyendo dos mujeres canadienses, Jan Lambourne y Jody Ansell.
El grupo insurgente Estado Islámico emitió un comunicado este lunes a través de su agencia de noticias Amaq, atribuyéndose la responsabilidad de esta masacre, y dijo que el hombre se había convertido al Islam hace dos meses.
Uno de los funcionarios estadounidenses descartó la interferencia del grupo armado Estado Islámico y dijo que había razones para creer que el atacante tenía un historial de desórdenes mentales.
El jefe de policía Joseph Lombardo informó que el autor de la peor masacre en la historia contemporánea de Estados Unidos se suicidó antes de que la policía pudiera ingresar a la habitación en la que Paddock se había atrincherado con un arsenal de más de 10 armas de fuego.
Este masivo crimen pone una vez más sobre el tapete la cuestión de la falta de control en el acceso y la posesión de armas de fuego en Estados Unidos. Tanto la National Rifle Association (NRA), el propio presidente Trump, así como la derecha estadounidense apoyan políticas anacrónicas de posesión de armas de fuego que una vez más han cobrado decenas de vidas en una nueva masacre.
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