El veterano periodista canadiense Neil Macdonald escribió esta semana una columna de opinión en el sitio de la radio pública canadiense CBC sobre la masacre ocurrida en Las Vegas el pasado domingo 1 de octubre cuando un hombre abrió fuego con una ametralladora sobre una multitud en un concierto de música, matando a unas 58 personas e hiriendo a otras 500.
De manera típicamente canadiense, Macdonald tituló su artículo: “Lo siento, esta es una columna política sobre la masacre en Las Vegas”.
Mientras el presidente Donald Trump se preparaba para dar un discurso tras la masacre, la horrible carnicería, la matanza, el asesinato en masa, términos usados en exceso, en Las Vegas, los principales canales y reporteros de televisión repitieron, usando el tono sombrío y dolorido para estas ocasiones, que este no era el momento para tener una «conversación política» sobre la masacre.
En un momento particularmente imbécil en la televisión, John King, de la red televisiva CNN, dijo que «mucha gente han perdido su capacidad para dejar la política a un lado y escuchar al presidente y simplemente ser estadounidenses».
Este era el momento para que el presidente Trump sea el «consolador en jefe», a lo cual Poppy Harlow, la coanimadora en CNN, asintió.
Ante este discurso, se puede sospechar que si el nombre del tirador hubiera sido Mohammed, la reacción de los medios habría sido totalmente diferente.
El tirador se llamaba Stephen Paddock, quien fue prontamente declarado como un «lobo solitario», y no como un terrorista, lo que hizo que se hable más bien del luto y no de la política, además de otras banalidades y clichés de ocasión.
Esto porque ya hemos visto antes este tipo de matanzas, y no hay mucho que decir que sea original y permisible.
Para ser claros, escribe Macdonald, Paddock abrió fuego con una ametralladora, un arma diseñada para matar a la mayor cantidad posible de soldados, del modo más eficiente y rápido posible.
Estas armas disparan un fuego constante de entre 700 y 800 balas por minuto.
Los maniáticos estadounidenses que aman las armas de fuego, podemos asumir con seguridad, votaron todos por Donald Trump. Es por esto que la masacre en Las Vegas es un asunto político, dice el comentarista Neil Macdonald.

La mayoría de los estadounidenses piensa que las ametralladoras son una de las pocas armas que todavía son ilegales en su país. En algunos Estados lo son. Las leyes federales prohíben a un civil poseer una de esas armas, o al menos una fabricada antes de 1986, como si tales armas fueran menos mortales que las fabricadas después de 1987.
Lo grave es que el Congreso estadounidense está considerando un proyecto de ley que anulará las restricciones al uso de los silenciadores.
Esta ley del silenciador, promovida por los cabilderos de la Asociación Nacional del Rifle (NRA), que son personajes indiferentes a los asesinatos en masa, lleva un título que habría hecho sonreír al propio George Orwell: Sportsmen’s Heritage and Recreational Enhancement Act, o Ley de mejoramiento de la herencia y recreación de los deportistas.
Esto porque no hay nada que le guste más un buen deportista que atornillar un silenciador al cañón de su ametralladora.
Si esa ley habría estado en vigor la noche de la matanza, en lugar de oír ese fuerte ra-ta-ta-ta de la ametralladora por encima de la música country, un sonido que permitió localizar al tirador con rapidez, los policías en la escena podría haber oído solamente el silbido mudo, o nada en absoluto, mientras los cuerpos caían baleados a su alrededor.
En realidad, el lobby de las armas de fuego odia el término silenciador. Son los estúpidos liberales que quieren quitarle libertades a los estadounidenses los que usan esa palabra. Los deportistas de la herencia prefieren el término «supresor», que ellos sienten que es más preciso, porque los disparos nunca son realmente silenciados.
«No es un silenciador porque el disparo todavía hace sonido. Lo que hace es reducir el porcentaje del ruido para hacer que los disparos deportivos sean un poco más agradables al oído de la gente», dijo el congresista republicano Doug LaMalfa.
Supongo, dice Macdonald, que la policía no ve la situación de esa manera, pero la policía en Estados Unidos, que tiene que lidiar con montones de cadáveres después de matanzas como la de Las Vegas, tiene el juicio ensombrecido y está siempre lloriqueando y faltando el respeto a los derechos que otorga la Segunda Enmienda a los estadounidenses comunes y corrientes que quieren acumular arsenales como el de Stephen Paddock.
A diferencia de Barack Obama, que tuvo el mal gusto de denunciar la facilidad con la que los asesinos en masa pueden adquirir armas de fuego, esto después de que Adam Lanza asesinara a unos veinte niños en la Escuela Primaria Sandy Hook de Connecticut en 2012, Donald Trump, un autonombrado campeón del derecho a tener armas de fuego, evitó completamente referirse a las ametralladoras y los silenciadores.

En realidad, lo que Trump ha hecho es anular normas de la era de Obama que habrían hecho más difícil que un enfermo mental pueda comprar armas de fuego.
Según el comentarista Neil Macdonald, de la radio pública CBC, el discurso de Trump tras la masacre en Las Vegas podría muy bien haber sido escrito por la National Rifle Association.
Él llamó a los asesinatos como «el puro mal», lo cual parecería obvio, luego gastó mucho tiempo hablando de la Biblia y de Dios, y la necesidad de que todos recen.
Trump le dijo a su nación que «podemos consolarnos con saber que incluso el espacio más oscuro puede ser iluminado por una sola luz». No hubo ninguna explicación sobre cuál podría ser esa única luz, a menos que se trate de los incansables esfuerzos de la NRA y sus aliados republicanos para que todo el mundo acabe armado.
La lógica de estos fanáticos de las armas es que si todos los espectadores de música country hubieran tenido una ametralladora, ellos podrían haber despedazado al enemigo en lugar de morir como ovejas. Porque la mejor respuesta a un hombre malo con una pistola es una multitud de chicos buenos con armas de fuego. Eso puede sonar absurdo, pero esa es, literalmente, la lógica de la Asociación Nacional del Rifle, por lo general repetida en los días posteriores a una de estas atrocidades cometidas con armas de fuego.
Barack Obama dijo que si no se podía hacer nada para controlar el acceso a las armas de fuego tras la matanza de niños en Sandy Hook, nunca podría hacerse algo.
En los meses y años que siguieron a esa masacre, los legisladores estadounidenses, los mismos que llaman «cobardes» a los autores de estas matanzas, continuaron bajo presión debilitando las leyes sobre las armas de fuego.
Todo bajo la misericordiosa mirada del Dios invocado por Donald Trump en su discurso tras la tragedia en Las Vegas. El mismo Dios que bendice constantemente a los Estados Unidos de América del Norte, dice finalmente el comentario del periodista canadiense Neil Macdonald, de la red pública de radiodifusión CBC.
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