Francisca Mandeya nació en Zimbabwe, donde fue testigo del racismo en sus primeros años. Luego se mudó a la región del Ártico canadiense, a Iqaluit, capital del Territorio de Nunavut. Allí volvió a experimentar el racismo:
“La primera vez que me llamaron n****r, negra, y digo la palabra en su totalidad, porque incluso los niños de seis a ocho años me llaman así, me quedé estupefacta porque, viniendo de África, nadie me había llamado así allá, y créeme, no me lo dijeron una sola vez.
Fue impactante que la persona que me decía esa palabra tenga la misma edad que mi hijo. Esa fue la primera vez, en el día de Acción de Gracias.
Lloré, no entendía por qué eran agresivos con esas palabras y por qué me seguían. No sabía lo que me iban a hacer.
Así que publiqué aquello en Facebook y dije: estoy escuchando todas estas palabras que no describen quién soy. Ni siquiera soy negra. Es el vestido que llevo de color negro. Entonces, ¿por qué esto me ofende de este modo? ¿Por qué es algo que me persigue, me intimida?
Y entonces supongo que en el fondo de mi mente, al querer hacer las cosas bien, esas son algunas de las experiencias que me hicieron querer llevar a cabo un cambio.

Foto: Francisca Mandeya
Lo que hice fue ir a mi comunidad, contactarme con personas que no se parecen a mí aquí en la ciudad de Iqaluit, buscando ser aceptada, buscando decirle al mundo que soy un ser humano igual a todos, con derechos humanos idénticos, y que merecía un trato igualitario.
Me acerqué a mi comunidad, a gente que no se parece a mí, paquistaníes, inuits, africanos de Jamaica, caucásicos de donde sea, y nos reunimos.
Compartí con ellos una historia, la historia del arcoíris, una historia de diversidad a la que la llamamos «Canadiversidad», y la presenté aquí durante el evento Toonik Tyme [una celebración anual de las tradiciones inuit y el regreso a la primavera] hace unos tres o cuatro años.
¡Nos divertimos mucho! Nos dimos un abrazo de afecto tras la actuación. No hubo palabras. Todos sintieron el afecto. No fue necesario conocerlos demasiado tiempo.
Ese es mi compromiso de contribuir a la sociedad, el de intentar mejorar la vida de todos.
No pretendo tener resuelta la situación. Todavía estoy aprendiendo sobre mí misma. Me odiaban, el dolor todavía está en mí. Pero puedo decir con seguridad que me he comprometido a reducir las sombras en mi interior y hacer brillar la luz que llevo en mí.
Y esa luz está formada por un amor incondicional.
Actualmente estoy construyendo un movimiento de madres, sabiendo que como madres, las lecciones que damos a nuestros hijos tienen un impacto en la vida en este mundo, que es algo que puede cambiar el mundo.
Entonces, como madres, enseñamos la verdad. Nadie en esta Tierra eligió la apariencia con la que se nace.
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