Gabriela Muñoz viajó a Canadá en 2005. Tras dos operaciones en su país natal, en 2010 recibió un trasplante de corazón que le cambió su vida por completo. Foto: Cortesía José Muñoz

Un corazón y un nuevo hogar: la historia de Gabriela Muñoz

Gabriela Muñoz es una mujer alegre, de voz y risa fuerte, extrovertida. En Canadá no solo consiguió un nuevo hogar sino logró ser trasplantada, un proceso que describe con altos y bajos -como casi todos los procesos de la vida-. Tiene 10 años con un corazón cuyo donante no conoce ni el nombre, pero a quien agradece de por vida.

Nacida en Venezuela y con dos hermanos también canadienses -que nacieron aquí cuando sus padres estudiaban, hace 40 años- Gabriela comenzó su periplo médico siendo apenas una niña. Una malformación congénita la obligó a visitar médicos desde pequeña. A los 14 tuvo una primera operación en Caracas, la capital venezolana, y a los 15, la segunda, en la que le hicieron un remplazo de la válvula aórtica para ponerle una mecánica.

Su papá siempre tuvo en la cabeza que lo mejor para Gabriela era tramitar sus documentos y viajar a Canadá, “por si algún día, uno no sabe”. Pasaron los años y la joven Gaby vivía una vida normal. Sí tomaba medicamentos, sí tenía que hacerse chequeos constantes, pero “era una niña normal, con una vida normal”, comenta en entrevista a RCI.

“A los 18, 19, 20 años mi vida era muy normal. No era que me cuidaba mucho y fue entonces cuando tuve un episodio, un accidente cerebrovascular (ACV), y los médicos comienzan a hablar de poner quizá un marcapaso”. Aunque ya había comenzado la universidad y seguía llevando su vida, este episodio llevó a los padres de la joven a averiguar cómo funcionaba en Quebec la cardiología. “Pensaron que podía tener otro tipo de atención”, aún cuando la propia Gaby reconoce que en Caracas tuvo siempre a los mejores médicos, doctores que años después le recomendaron que efectivamente lo mejor era operarse en Canadá.

Un viaje y un infarto

Como muchos inmigrantes, Gabriela viajaba con frecuencia a su país de origen. “Venezuela era otra”, dice, agregando que aunque efectivamente en Montreal recibía toda la atención que requería como paciente cardiológico, había decidido viajar a Caracas y ver a sus médicos de siempre para hacerse un chequeo general. 

Para ese chequeo, los doctores le habían pedido que dejara el anticoagulante que tomaba desde aquella operación de la válvula. Un traspiés en el vuelo hizo que llegara dos días más tarde de lo planificado a su destino. En los exámenes salió todo correcto, pero hubo otro detalle: no le chequearon la velocidad de coagulación. Tenía entonces 25 años y, a la semana de haber llegado a Venezuela, sufrió un infarto.

“Me quedé resucitada, en Ciudad Bolívar, hospitalizada, con todo lo que implica que a una persona de mi edad le dé un infarto”. Le prohibieron viajar por su condición.

Nueve meses pasaron para que Gabriela pudiera regresar a Montreal, esta vez más acompañada pues vinieron con ella su hermana y su sobrino. 

Un año más tarde, un nuevo episodio. Gabriela terminó en el hospital Jean-Talon, ubicado al norte de Montreal, en el que recibió la referencia que había estado esperando para poder verse en el Instituto de Cardiología de Montreal (ICM), el centro del cual había escuchado hablar. Corría entonces el año 2008 y así comenzaba su relación con este instituto médico, la cual se extiende hasta estos días. Con esa arritmia la decisión de los médicos fue ponerle un desfibrilador. “Seguí mi vida normal, con mis medicamentos”.

“He llevado una vida supernormal. Nunca me han tratado como la niña frágil, aunque no tenía fuerza física sí me gustaba entonces hacer ejercicio. Mi corazón estaba muy afectado. Por la energía que me caracteriza yo trataba de hacer lo más que podía de la vida, pero mi cuerpo no me daba”.Gabriela Muñoz

Una nueva hospitalización, dos opciones y una decisión

A dos años de instalado el desfibrilador, Gabriela sufrió nuevamente una arritmia y es entonces cuando los médicos le presentan dos opciones: un trasplante de corazón o cambiar la válvula, “que ya estaba muy afectada, ya tenía muchos años en mi cuerpo y tenía el golpecito,  vamos a decirlo así, del infarto”.

“Los médicos me dijeron: ‘bueno, Gabriela, hay dos opciones: o te cambiamos la válvula, pero tu corazón sigue afectado por el infarto, o te hacemos un trasplante, con todo lo que conlleva un trasplante’”.

En 2019 se realizaron 3084 trasplantes de órganos, de los cuales 211 fueron de corazón

Reporte del Instituto Canadiense de Información para la Salud 

Con sus padres en Venezuela y sus hermanos en Montreal, la familia habló de una tercera opción: irse al país suramericano para ser operada allá, pero sus mismos médicos le recomiendan que se opere en Canadá y para darle seguridad a todos propusieron ponerse en contacto con los médicos canadienses.

Para entonces, los trasplantes de corazón se hacían dependiendo de la prioridad de cada paciente. El nivel máximo de urgencia era 5 y a Gaby le dicen que ella estaba en 4,5, lo que además le daba la opción de recibir un corazón de un donante no solo de Quebec, sino de todo Canadá. El proceso es complejo, pues además de la atención cardiológica, una decisión para un trasplante generalmente está acompañada de otros especialistas, incluyendo psicólogos y trabajadores sociales.

Gabriela tenía 27 años cuando, después de un ACV, un infarto y dos arritmias, decidió firmar todos los formularios para decirle sí al trasplante, conociendo todos los pro y los contra. Con todos los temores, con todas las preguntas. Y así fue hospitalizada, esperando por un donante.

Fue ingresada al centro médico un viernes. Fueron noches duras en las que siempre requirió tranquilizantes y la compañía de algún familiar o amigo. Su corazón llegó una semana después, en plena madrugada, cuando la familia celebraba la llegada del sobrino de Gabriela desde Venezuela, tras unas vacaciones. Su papá viajaba también esa misma noche luego de tramitar la visa canadiense que se había expirado, gracias a que el propio Instituto Cardiológico había enviado una carta para explicar la urgencia del viaje. “Fue la madrugada del 28 para el 29 de agosto de 2010”, recuerda la fecha exacta del día en el que su vida cambió.

“Como a las 2 am entra una enfermera, me despierta y me dice: ‘llegó tu corazón’ .Y le digo: yo estoy durmiendo… La enfermera vuelve y me pregunta a quién llamamos. Le respondo que yo no me puedo operar porque mi papá no ha llegado. Empiezo a llamar y nadie me responde. Llamo a quien era mi novio en ese momento y cuando él llega yo, que soy muy venezolana, digo que me tengo que bañar, afeitar y secar el pelo porque no sé cuánto tiempo esto va a durar. Todo el mundo corriendo y yo me metí a bañar. Aparecen médicos, enfermeras… inyecciones, comienzan a revisar mi cuerpo… Eran las 3 de la mañana y yo estaba secándome el pelo. Aparece mi mamá, se traen al niño. No sabía qué iba a pasar así que pedí ver a mi familia”.

Otra cosa que pidió antes de entrar a quirófano: que nadie llore.Yo lo que estoy teniendo aquí es una alegría, no una tristeza”.

La familia de Gabriela Muñoz fue y es su principal apoyo. Foto: Cortesía José Muñoz

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La evolución

La operación se prolongó por más de cuatro horas. Gabriela no recuerda qué pasó exactamente los minutos previos, pues estaba sedada, pero sí recuerda bien que cuando despertó se dio cuenta de que no tenía respirador. Pasó en terapia intensiva dos días, un periodo necesario para ver su evolución, recibir los medicamentos por vía intravenosa y evitar contacto con otras personas.

Cuenta que cuando abrió los ojos vio a su mamá, se puso la mano en el pecho y le dijo: “mamá me pusieron el corazón de un caballo porque mi corazón latía de una forma completamente diferente a un corazón normal, desde niña”. También recuerda que ya no tenía “el reloj”, como llama al desfibrilador.  A ella misma se dijo: “ahora sí se acabó este mundo, porque serás mío”.

“No pensé en el donante en ese momento. Pero luego sí. Creo en dios sobre todas las cosas y sí pensé que alguien tuvo que perder su vida para yo tener vida. Quien no ha vivido algo así… a veces no tengo ni siquiera palabras para explicarlo, para decir lo que quiero decir. Yo quería saber quién había sido el donante y 10 años después aún no lo sé”.

En Canadá, a diferencia de otros países, las personas que reciben trasplantes no tienen información sobre el donante, pero sí pueden escribir una carta anónima en la que cuentan a los familiares sobre su vida, sin dar muchos detalles. Gabriela aún no ha escrito esa carta, pero no descarta que lo haga en un futuro. “Nunca he sabido cuál es el momento apropiado. Como no tienes información, no sabes en qué momento es correcto. Me han dicho que me va a liberar. Pero no hay una fecha límite. Pensar en el donante es fuerte, muy fuerte”.

Diez años después, Gabriela Muñoz sigue tomando sus medicamentos, algo que seguramente tendrá que hacer de por vida. Previo a la pandemia de la COVID-19 participó en numerosas campañas de concientización sobre la donación de órganos.

“No tengo manera de agradecer. No pago por ningún medicamento. Y me dije qué puedo hacer: trabajar en pro de crear conciencia de que más allá de la muerte tú puedes seguir dando vida. He ido a muchísimos eventos, en los que he participado voluntariamente. Cuento mi historia como la quiero contar. He ido a escuelas, en mi francés bien latino, a hablar sobre el tema”.

Entre 2010 y 2019 ha aumentado en 59% la proporción de donantes de órganos.Reporte del Instituto Canadiense de Información para la Salud

Sobre el futuro

“Siempre he vivido mi vida como me ven: alegre, positiva… Cuando te trasplantan dicen que el corazón puede tener una duración de 10 años. Yo hoy comparto con personas trasplantadas que tienen 26 años con el mismo trasplante, yo creo mucho en eso, que la ciencia evoluciona… Me cuido, me tomo mis medicamentos, presto mucho atención a lo que como, pero tengo una vida como la tuya. Hoy en día lo único que no tengo es el bebé, pero no es porque no lo puedo tener, también lo puedo tener y antes no hubiese podido. Hago todo lo que quiero, todo, todo”.

La pandemia la llevó a emprender y junto con su socia creó una empresa de picnics personalizados. Cada vez tienen más proyectos y, de hecho, en estos momentos tienen reservaciones hasta julio. Gabriela comentó a sus médicos sobre el emprendimiento en su último chequeo. “Les encantó el proyecto, porque me permite tener mis tiempos y no tengo contacto con tanta gente”.

Para los meses y años por venir, Gabriela no quiere complicarse mucho. “No planifico. Es cliché la frase, pero yo vivo un día a la vez”.

Categorías: Salud, Sociedad
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