La reciente decisión del primer ministro canadiense de excluir a Canadá de la Convención de Naciones Unidas para la lucha contra la desertificación ha puesto nuevamente a Stephen Harper bajo la lupa de comentaristas y editorialista de la prensa canadiense. Una de ellas es la comentarista Francine Pelletier, quien dibuja un retrato del hombre fuerte canadiense en las páginas de Le Devoir, el matutino en francés de Montreal.

Sin embargo, al amordazar a su diputado, Harper violó otra de sus promesas, que hacía parte del credo conservador, y que consistía en permitir una mayor libertad de expresión a los diputados electos.
¿Le preocupa a quién ofende cuando mantiene su intención de sustraer sistemáticamente a Canadá de los acuerdos internacionales sobre el medioambiente? No, para nada.
¿Qué es lo que motiva al primer ministro Harper, el hombre de la mano de hierro y los cabellos de plata?
Más allá de un simple conservadurismo, dos grandes tendencias se destacan en Harper: su deseo de «reposicionar» a Canadá y su ambición de poder a cualquier precio.
Muy ambicioso, Harper quiere rehacer la imagen de Canadá, que ha tenido durante mucho tiempo una imagen liberal.

El Primer Ministro quiere un Canadá más conservador. Por esto él hace una promoción incesante y costosa de una reina inglesa, que incluso en la ciudad de Victoria, la más monarquista en Canadá, empieza a gustar menos,
Por esto Harper hace una campaña incesante sobre una guerra insignificante, la de 1812.
Es que es necesario satisfacer a los admiradores de la carne de cañón.
Harper quiere que la reina inglesa, el militarismo, la Policía Federal, el Ártico, poco explotado en el pasado, y una nueva actitud de matón de barrio en la escena internacional sean los nuevos símbolos de un Canadá renovado.
En consecuencia, dos eventos que tienen una importancia real para el país, como la creación en 1962 del sistema público de salud por Tommy Douglas, el padre del Nuevo Partido Democrático y la adopción de la Carta de Derechos y Libertades en 1982, una ley extremadamente popular entre los canadienses, son eventos cuyo aniversario quedó completamente en silencio. Es que hay que ser fieles al partido.
Más allá del político conservador ansioso de imponer su visión al país, en Stephen Harpe hay un gran estratega. Maquiavelo, el gran príncipe del engaño político, estaría orgulloso de él.
En otras palabras, lo único que cuenta para el primer ministro canadiense Stephen Harper es el credo conservador de reducción de los impuestos, reducción del déficit, reducción del papel del Estado y la promoción de la familia.
Pero algo también importante para Harper es mantenerse en el poder, pisoteando sus principios si es necesario.
El fenómeno del incumplimiento de las promesas en política es generalizado, pero demos a César lo que es del César, continúa diciendo la comentarista Francine Pelletier, en su retrato del hombre fuerte en Ottawa.
El incumplimiento de sus promesas por Harper es particularmente notorio.

Cuando estaba en la oposición, clamaba a voz en cuello por una mayor rendición de cuentas por parte del gobierno, defendía el derecho del público a la información, prometía un senado elegido por el voto de los canadienses, la no injerencia de Ottawa en las jurisdicciones provinciales y unas finanzas públicas saneadas. Cada una de estas promesas fue pisoteada por Harper.
En cuanto a la economía, los conservadores hicieron casi lo mismo que los liberales: aumentaron el déficit, incrementaron el tamaño del gobierno y crearon nuevos programas.
A esto se suma la supresión de la información científica, la represión del acceso a la información, y el abandono de la reforma del Senado, señala la comentarista canadiense Francine Pelletier.
La reforma del seguro de desempleo fue una burla. También se vió lo que le pasó a este valiente Kevin Page, el ex director del presupuesto federal en Ottawa y encargado de informar al Parlamento sobre los gastos del gobierno.
Después de haber demostrado las inexactitudes y medias verdades del gobierno de Harper, el cargo que sirvió para sacar a la luz pública los gastos del gobierno ha sido virtualmente eliminado.
Pero volvamos al tema del aborto, anota Francine Pelletier. El silenciar a su propio diputado es una contorsión que puede costarle a Harper más que todas sus promesas rotas mencionadas anteriormente.
Algunos diputados conservadores señalaron que están exasperado por la censura impuesta por su líder y parte del electorado conservador debe ver con mal ojo ese coqueteo con quienes están a favor del aborto.
Hasta ahora, Harper reservaba sus esfuerzos de seducción a quienes lo habían elegido, es decir a un electorado conservador, lo cual es una manera de compensar el hecho de que él navega un poco más por el centro político, algo que no haría un político como él. Es de esta manera, bastante hábil, que él ha logrado mantenerse el poder.
Stephen Harper tiene la costumbre de dar bombones políticos para calmar a su base. Un ejemplo es la Oficina de la libertad de religión.
¿Pero tender una mano al adversario político en materia de aborto? Esto es inaudito.
Por primera vez, vemos una gota de sudor en la frente del imperturbable Primer Ministro.
Probablemente sea a causa de las encuestas.
Pero, visiblemente, las tropas detrás del movimiento en favor del aborto intimidan al líder conservador.
En todo caso, le asustan más de lo que pueden asustarle por ejemplo, los defensores del medioambiente.
Hay que saborear esta pequeña victoria, dice finalmente la comentarista canadiense Francine Pelletier en un artículo publicado esta semana en el periódico canadiense en francés Le Devoir esta semana.
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