Poco antes de que comiencen este lunes en Ottawa los desfiles conmemorativos del inicio de la Primera Guerra Mundial y acudan a los micrófonos los políticos con discursos de encendido patriotismo y retórica de afirmación de valores universales, el columnista Jeffrey Simpson, del periódico de circulación nacional The Globe and Mail, escribió este fin de semana un artículo que analiza el papel de Canadá en el espacio de las relaciones internacionales.
¿Dónde se fue Canadá? Esa es la pregunta que, en privado y en silencio, por supuesto, hacen los diplomáticos extranjeros en funciones en la capital canadiense, Ottawa, escribe Jeffrey Simpson.
Es una buena pregunta, porque el actual gobierno en Ottawa ha distanciado en algo a Canadá de sus aliados tradicionales.
Mientras que Canadá practicaba hasta hace algunas décadas lo que se llamó la «diplomacia discreta», que tenía sus puntos fuertes y débiles, en la actualidad el gobierno federal canadiense prefiere la «diplomacia megáfono,» sin que le importe lo que los aliados tradicionales piensen o estén haciendo.
Esta nueva diplomacia supuestamente está basada en «principios», lo que trae implícita la acusación de que la política exterior canadiense anterior no los tenía.
A los conservadores les gusta decir que la política exterior se basaba más bien en «sumarse al consenso para llevarse bien», o que era una suma de declaraciones blandas y carentes de objetivos o dirección, sobre todo en lo que concierne la defensa de los «intereses» de Canadá.
Hoy en día, sin exagerar la influencia de Canadá en cualquier lugar, es instructivo ver cuán alejada se encuentra Canadá es en varios temas ante sus aliados tradicionales.
Por ejemplo, cada país con el que Canadá ha sido tradicionalmente aliado ha estado pidiendo un alto el fuego en el «conflicto» entre Israel y Hamas, o «guerra», si lo prefiere, dice el columnista del Globe and Mail, Jeffrey Simpson.
El gobierno de Obama ha estado utilizando cada gramo influencia diplomática para lograr un cese de hostilidades. En contraste, Canadá prefirió quedarse muda, que quiere decir que a Ottawa le podría gustar un alto el fuego, o quizá no por el momento, pero seguirá tomando pauta y ejemplo de lo que diga el gobierno de Benjamin Netanyahu en Israel.
Los conservadores canadienses también se alinean con el gobierno de Netanyahu en tenerle miedo a las conversaciones con Irán sobre el tema nuclear.
Nominalmente, el gobierno de Harper dice que espera que las conversaciones podrían llegar a un acuerdo, pero los términos definidos por Ottawa para logra tal acuerdo son los que emplea el gobierno de Netanyahu Por lo tanto, nunca lograrán ser la base de un acuerdo negociado.
Así, una vez más, Canadá se encuentra lejos de las posiciones de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Alemania, que están negociando con Irán.
Una retórica de fuego continúa soplando desde Ottawa hacia Teherán. La embajada canadiense en Teherán continúa cerrada, mientras que los británicos han vuelto a abrir la suya.
En sus relaciones con Rusia, Canadá tiene el lujo de tener un comercio limitado y pocos contactos, un escenario perfecto para la diplomacia megáfono dirigida no sólo contra Vladimir Putin, pero de manera indirecta e indiscreta, a los aliados europeos ciertamente desgarrados sobre cómo manejar a Rusia, ya que, a diferencia de Canadá, ellos tienen grandes intereses en juego y una larga y compleja historia.
Las lecciones dictadas desde Ottawa serán tan apreciadas, y por lo tanto inútiles, en las capitales de Europa occidental como lo fueron las del ex ministro de Finanzas, Jim Flaherty sobre la lucha de la Unión Europea con su política económica en los años posteriores a la crisis de 2008.
Las relaciones con el gobierno de Obama no son de rosa y leche, para poner las cosas diplomáticamente. El gobierno de Harper está tan furioso ante la negativa de Barack Obama a dar su acuerdo a la construcción del oleoducto Keystone XL que los conservadores forzaron a altos diplomáticos estadounidenses a pedir permiso a la oficina del primer ministro Harper para poder reunirse con los ministros de Canadá, lo cual es un evidente esfuerzo, infantil, para expresar el desagrado de Ottawa.
La decisión del gobierno de Harper de poner tantos huevos diplomáticos en el tema del oleoducto Keystone XL ha tenido un efecto de crear un clima agrio en las relaciones entre ambos países, escribe el columnista de The Globe and Mail, Jeffrey Simpson.
La diplomacia de megáfono en el tema de Keystone. Los innumerables discursos canadienses, la costosa publicidad en la prensa estadounidenses, la evaluación de Harper de que no es necesario tener cerebro para aprobar Keystone, todo ello no ha dado los resultados esperados.
Curiosamente, para aquellos con un gusto por la ironía, parece bien que el embajador de Canadá en Washington haga su trabajo de explicar los méritos de Keystone, pero luego, el gobierno de Harper se molesta con el embajador de México en Canadá cuando este hace lo mismo en torno al mantenimiento de la exigencia de visas a sus compatriotas. Dos pesos, dos medidas, dice el articulista canadiense Jeffrey Simpson.
Si las relaciones con los socios de América del Norte y algunos de los de Europa Occidental, exceptuado Polonia notablemente, son algo distantes, ¿cómo está funcionando la diplomacia canadiense en otros lugares del mundo?, se pregunta Jeffrey Simpson, del Globe and Mail.
Hace algún tiempo, un deshielo de la actitud del gobierno de Harper hacia China ofreció la esperanza de relaciones constructivas con la potencia asiática. Ciertamente, el gobierno de Harper está gastando dinero abriendo nuevas oficinas en ese país, pero en el panorama general, en los temas importantes; un acuerdo de inversión, un acuerdo comercial, aquí no pasa nada.
Resulta que entre los canadienses y en particular en la base conservadora, China no es un país popular. Tal vez otra actitud del gobierno canadiense hacia China estará en exhibición cuando Harper visita China este otoño. Si es así, esta sería tal vez la ocasión para que su gobierno muestre a los chinos su tercera o cuarta cara.
En contraste feliz, las relaciones con Japón son muy buenas. El ministro de Relaciones Exteriores, John Baird estuvo allí por quinta vez. Las negociaciones para un acuerdo de libre comercio continúan. Esperemos que lo consiga, dice finalmente el columnista del Globe and Mail de Toronto, Jeffrey Simpson.
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