Los vínculos entre Canadá y Estados Unidos se expresan de diversas maneras, no sólo en lo comercial.
La frontera que divide el territorio de ambos países, una de las más extensas del mundo, es franqueada a diario por miles de personas en uno u otro sentido de la misma.
Las razones políticas y de seguridad no han estado ausentes en ese tránsito.
En 2001, en ocasión de los ataques a las torres del World Trade Center, en Nueva York, muchos estadounidenses pudieron comprobar en carne propia la hospitalidad y solidaridad de las que son capaces los canadienses.
En aquel momento, miles de personas fueron acogidas en viviendas en Halifax, ante la imposibilidad de que sus vuelos se dirigiesen a sus destinos originales en territorio estadounidense.
Con anterioridad, no pocos decidieron atravesar la frontera hacia el norte, para huir de la amenaza de ser incorporados a las fuerzas militares que combatían en Vietnam.
Días atrás, un presentador radial canadiense lanzó una propuesta insólita: invitó a los estadounidenses que no resistan la posibilidad de ver a Donald Trump en la Casa Blanca, a que se muden a Cabo Bretón, una isla sosegada, bucólica y poco habitada de la provincia de Nueva Escocia.
La convocatoria no pasó de ser una broma, aunque sirvió para poner en la mira, una vez más, los estrechos vínculos entre las dos naciones norteamericanas, y también otorgó visibilidad a una parte del este canadiense, que merece ser considerada como una opción por quienes buscan un sitio diferente en el que radicarse.
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