Los líderes de las Primeras Naciones Inuit y grupos de cazadores manifestaron su malestar y enojo por los planes europeos de poner en órbita un satélite que, según expertos, tiene entre sus componentes sustancias altamente tóxicas.
Según la información disponible, el dispositivo sería propulsado por cohetes que, tras desprenderse, ellos o sus contenidos caerían en aguas de alta sensibilidad ecológica ubicadas en el Ártico canadiense.
La inquietud expresada está relacionada con el hecho de que los responsables de la iniciativa se proponen utilizar como vertedero tóxico la zona conocida como Pikialasorsuaq, ubicada en la región norte del Mar de Baffin, entre Groenlandia y Canadá.
Se trata de una zona responsable de un microclima que alberga a numerosas especies animales, como morsas, narvales, ballenas boreales e incluso belugas, cuya supervivencia como especie está catalogada en alto riesgo.
“Esas aguas son, de hecho, una fuente de alimentos”, Sostuvo Nancy Karetak-Lindell, presidenta de Consejo Circumpolar Inuit, en declaraciones a la agencia Canadian Press.

Ironías espaciales
El proyecto llevado a cabo por la Agencia Espacial Europea tiene como objetivo poner en el espacio un dispositivo satelital cuyo fin será el de detectar, rastrear y monitorear la presencia de gases en la atmósfera.
Pero al igual de lo que ocurre con otro tipo de iniciativas espaciales, los dispositivos utilizados en los lanzamientos cuentan con partes que, una vez cumplida su función, se desprenden y caen a la tierra, donde luego son recuperadas, o bien quedan flotando y se convierten en “basura espacial”.
En el caso del satélite Sentinel 5P, los cohetes propulsores irán cargados de hidracina, un líquido incoloro, con olor similar al del amoníaco, que produce combustión cuando entra en contacto con el oxígeno. Su uso se generalizó en la industria aérea y espacial, pero la tendencia actual es la de abandonarlo, debido a su altísima toxicidad.
Rusia será el país desde donde se producirá el lanzamiento en los próximos días, con una segunda etapa prevista para 2018.

Ante la inquietud que el tema produjo en Canadá, los responsables rusos negaron todo tipo de riesgo, asegurando que lo que lleva el satélite son derivados de la hidracina, cuya toxicidad sería menor.
Por otro lado, sostienen que al igual que ocurre en todo emprendimiento espacial, las partes que se desprenden y caen a tierra son pulverizadas por la fricción que su paso provoca al entrar en contacto con la atmósfera.
Los cohetes que serán utilizados datan de la era soviética y su fiabilidad es lo que alarma, ante el riesgo de una falla o estallido que libere el combustible en cuestión.
Jugar con fuego
Citado por la misma agencia, el científico canadiense Michael Byers advirtió en un estudio difundido recientemente los riesgos para la salud que esta “aventura espacial” podría tener.
Según Byers, la hidracina es un combustible carcinógeno, es decir que puede producir o favorecer la aparición del cáncer, además de originar convulsiones y daños en el sistema nervioso, como también favorecer las fallas renales y hepáticas en humanos.

Algunos de esos trastornos en la salud han sido constatados en territorio ruso en zona en las que se llevan a cabo actividades relacionadas a la industria espacial.
Los daños potenciales sobre el ecosistema marino no han sido establecidos con certeza, pero la sustancia en cuestión ha sido señalada en reiteradas ocasiones como responsable de la muerte masiva de peces.
La Agencia Espacial Europea, de la que Canadá es miembro afiliado, llevará a cabo su lanzamiento el próximo 13 de octubre.
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