Una vista aérea de las imágenes del presidente de Brasil proyectadas en la pared de un edificio para protestar contra su gobierno (Panelaco) el 16 de abril de 2020 en Sao Paulo, Brasil. El ministro de Salud saliente de Brasil, Luiz Henrique Mandetta, fue despedido por el presidente Bolsonaro, después de semanas de desacuerdos sobre la respuesta del país a la pandemia de coronavirus. (Foto de Miguel Schincariol / Getty Images)

Jair Bolsonaro, las balas, los bueyes y la Biblia

Nada parece funcionar para el presidente brasileño Jair Bolsonaro. El considerado su ministro estrella de Justicia, Sergio Moro, el que le otorgó “credibilidad” a su gobierno, acaba de presentar su renuncia.

Lo hizo después de que Bolsonaro despidió  a su aliado, el jefe de la policía federal, Mauricio Valeixo, sin publicar el motivo de la decisión. Fue reemplazado por Alexandre Ramagem, jefe de la Agencia de Inteligencia Brasileña.

La renuncia de Moro pone al descubierto la fragilidad y límites del proyecto político neoliberal y ultraderechista del presidente Bolsonaro.

Todo esto sucede en medio de denuncias de organismos de defensa de derechos humanos por alentar a la ciudadanía a desafiar la pandemia que viene provocando miles de muertes en Brasil y que para él es una gripecita.  Siete ex ministros de Salud acaban de anunciar que recurrirán a la ONU y la OMS por lo que consideran un “potencial genocidio” en Brasil.

Hasta el día de hoy 28 de abril, se reportaron en Brasil 67.446 casos de infectados, 4.603 de muertos y 31142 de recuperados. Estas cifras son difundidas diariamente por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

¿Cómo comprender lo que está ocurriendo en ese país hasta hace poco considerado como una de las mayores democracias y economías del mundo?

Le hicimos la pregunta a Julián Durazo Herrmann, profesor de política comparada de la Américas en la Universidad de Quebec en Montreal, UQAM.

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro (R) y su ministro de Justicia y Seguridad Pública, Sergio Moro, en tiempos mejores, conversan en el Palacio de Planalto en Brasilia, el 29 de agosto de 2019. (El crédito de la foto debe leer EVARISTO SA / AFP a través de Getty Images)

Para entender ese proceso actual de desequilibrio que sacude al Brasil de Bolsonaro hay que remontarse a tiempos anteriores a la pandemia, dice.

La crisis brasileña es la de una alianza heterogénea conservadora que llevó al poder a Bolsonaro gracias a la base proporcionada por la triple B.

Y esa alianza se está resquebrajando ahora.

La alianza de la triple B: la Biblia, los bueyes y las balas

La Biblia representa a los evangélicos neopentecostales y su conservadurismo social (antiaborto, homofobia, racismo); los bueyes hacen referencia a los ganaderos y otros agroexportadores afines a un modelo económico extractivo; y las balas, a aquellas clases medias preocupadas por la inseguridad y que defienden un modelo represivo de control social.

El núcleo de esa alianza, dice Durazo Herrmann, está claramente situado en la extrema derecha. La coalición BBB llegó a la cima política en Brasil a través de Bolsonaro y su antilulismo visceral, el ariete necesario para conquistar ese poder.

La crisis del modelo BBB

Dos de los elementos de la triple B están hoy poniendo en jaque a Bolsonaro.

La clase media y su temor de inseguridad y la economía que defrauda las expectativas de los empresarios neoliberales.

Para la clase media antilulista, una de cuyas banderas es la lucha contra la corrupción, la salida de Moro —y sus acusaciones de fraude y nepotismo— representa una traición devastadora de sus ideales. La tentativa de Bolsonaro de proteger a sus hijos de las acusaciones de incitación a la violencia y de conspiración en el asesinato de Marielle Franco revive, más que apacigua, sus temores de inseguridad y de desorden”.

La ineptitud de Bolsonaro de estimular la economía, y que viene de antes de la pandemia, no favorece sus relaciones con la segunda B, la del empresariado extractivista.

Para los empresarios extractivistas neoliberales, la incapacidad de Bolsonaro de impedir que el Congreso adoptase un programa de protección de los ingresos de los trabajadores formales más vulnerables y, sobre todo, la posibilidad de ver al gobierno adoptar una política estatista (peor aún, con un programa poco claro en sus métodos y objetivos y en clara contradicción con las directivas del ministro de Economía, Paulo Guedes) es igualmente anatema”.

Donde Bolsonaro sigue manteniendo una pasable cuota de aprobación es en el sector evangélico…por el momento.

El presidente brasileño Jair Bolsonaro (C), el presentador de televisión Silvio Santos (R) y el obispo evangélico Edir Macedo asisten al Desfile del Día de la Independencia en Brasilia, el 7 de septiembre de 2019. (Foto de EVARISTO SA / AFP) (Crédito de la foto debe leer EVARISTO SA / AFP a través de Getty Images)

“Las cosas están más estables con el sector evangélico, que aprecia el conservadurismo a ultranza de Bolsonaro y agradece los esfuerzos del presidente por hacer de las reuniones religiosas multitudinarias un servicio esencial durante la pandemia. Sin embargo, los escarceos recientes de Bolsonaro con los partidos políticos oportunistas del Congreso —en lo que parece una tentativa por impedir su impeachment a cambio de puestos y prebendas— representan un retorno a la “vieja política” y cuestionan la pureza ideológica del presidente. Si estos coqueteos prosiguen, Bolsonaro podría perder el apoyo incondicional de sus partidarios evangélicos”.

Los protestantes evangélicos ahora representan el 22 por ciento de la población de Brasil de aproximadamente 209.3 millones, y es el grupo demográfico religioso de más rápido crecimiento en el país.

Bolsonaro nombró este martes 28 de abril como nuevo ministro de Justicia y Seguridad Pública al abogado y pastor evangélico André de Almeida Mendona, en reemplazo del exjuez Sergio Moro.

¿Y ahora qué?

Le preguntamos al profesor de la Universidad de Quebec en Montreal si consideraba que la renuncia del ministro Moro era el principio del fin del presidente Bolsonaro.

Por el momento lo que está claro, dice, es que el liderazgo presidencial y la estabilidad de su coalición están severamente cuestionados y que el ejecutivo ha perdido la iniciativa ante el Congreso y el poder judicial.

También deja al descubierto la fragilidad institucional de Brasil, “donde el presidente parece ser la oposición a su propio gobierno y pide una intervención militar como solución. Como dice el politólogo Miguel Lago, Bolsonaro coloca al sistema político brasileño ante un dilema mortal; si éste no encuentra la respuesta correcta pronto, será devorado, sea por el autoritarismo o por la inestabilidad”.

“En Canadá debemos estar atentos a este proceso. El crecimiento de posiciones intolerantes y antiinstitucionales podría llevar aquí también a un cuestionamiento agudo de la democracia como la conocemos.”

-Julián Durazo Herrmann, profesor de política comparada de la Américas en la Universidad de Quebec en Montreal, UQAM

 

 

 

 

 

 

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