Como cada año, la ciudad de Ottawa, la capital canadiense, realizó este fin de semana sus dos jornadas de puertas abiertas, en las que el público en general puede visitar edificios gubernamentales, instituciones académicas o científicas, de valor histórico o que forman parte del patrimonio nacional.
Uno de los sitios disponibles este año fue el Diefenbunker, Museo Canadiense de la Guerra Fría. Se trata de unas instalaciones construidas entre fines de la década de 1950 y comienzos de la de 1960, a algunos kilómetros al oeste de la ciudad.

El Diefenbunker debe su nombre a un juego de palabras entre el apellido del exprimer ministro canadiense John George Diefenbaker, en el cargo entre 1957 y 1963, y la palabra búnker. En efecto, se trata de un refugio que tendría como objetivo preservar a los más encumbrados miembros del gobierno del país de lo que en ese momento se consideraba un riesgo real e inminente: un ataque nuclear por parte de la Unión Soviética.

La primera sección del edificio alberga una escueta ducha, que los recién llegados debían tomar con agua caliente. En esos años se pensaba que este procedimiento era suficiente para eliminar la radiación que pudiera estar presente en las ropas y en el cuerpo. Luego se accedía a la enfermería, donde las personas serían sometidas a una exhaustiva revisión médica.

El encierro era estricto, por lo que no podía dependerse del exterior para ninguna emergencia médica. El equipamiento en el lugar debía cubrir todas las necesidades al respecto.

La sala de reuniones, donde el primer ministro, los ministros y los jefes militares podrían tener sus reuniones para coordinar las medidas que asegurasen el gobierno del país constituye el corazón del refugio y uno de los sitios más frecuentados por los visitantes.

El estrés de las responsabilidades y la angustia de haber dejado a la familia en el exterior podían convertir al ambiente reinante en el búnker en insoportable. La cafetería sería, seguramente, uno de los espacios que permitirían relajarse y departir con los colegas, pero resulta difícil creer que la ocasión se presentase frecuentemente.

En una situación extrema como la de un ataque nuclear, los lujos eran algo impensado, aunque se tratase de los funcionarios más encumbrados del país. Una oficina escueta, con el mobiliario y útiles necesarios, era más de lo que se podía esperar.

Si bien la tradición indica que el primer ministro de Canadá no está rodeado de los lujos de algunos de sus pares extranjeros, resulta difícil imaginar lo despojado del espacio que se le había asignado, incluso a la hora del descanso.

Erigido entre fines de 1959 y comienzo de 1961, el refugio contra ataques nucleares nunca funcionó como tal, aunque sí estuvo en operaciones. El edificio alberga 10.000 metros cuadrados cubiertos repartidos en 4 niveles o pisos. En su construcción se utilizaron 24.500 toneladas de concreto y 5000 toneladas de acero. Podría albergar a más de 500 personas, pero se estima que el personal que llegó a trabajar en él rondaba entre las 60 y 150 personas.
Uno de los lugares más impactantes de las instalaciones lo constituye el recinto destinado a albergar las reservas de oro canadienses. Se trata de un enorme cuadrado de concreto que estaba custodiado las 24 horas del día y que, al menos en esa época, se consideraba inexpugnable.

En el caso de que el invasor lograse llegar hasta ese reciento, un estrecho pasillo con espejos ocupaba todo su perímetro exterior, desde allí se repelería todo intento del agresor por capturar el oro. Pero, además, una imponente puerta blindada se convertía en el principal escollo para los deseos de los atacantes.

La puerta blindada está constituida por 30 toneladas de sólido acero. © Luis Laborda
Preparado para resistir un ataque de entre 1 y 5 megatones, frente a las bombas de varias decenas de megatones de las que se dispone hoy en día, el Diefenbunker se desplomaría como una caja de cartón.
Fotos: Luis Laborda
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