Este hallazgo puede ser alarmante, ya que el masivo objeto estelar, que hace parte de un triple sistema, se encuentra a sólo 1.000 años luz de distancia, pero no representa una amenaza para la Tierra.
Un año luz equivale a la distancia que recorre la luz durante un año, que equivale a unos 9.460.730.472.581 kilómetros de distancia, o a 9.461 trillones de kilómetros. Esto, multiplicado por mil. Pese a lo inimaginable de esta distancia, en términos astronómicos, ese agujero negro está justo en nuestro vecindario.
Ese agujero negro, que tiene aproximadamente cuatro veces la masa de nuestro sol, está unido por dos estrellas, lo que lo convierte en un sistema triple, llamado HR 6819. Las estrellas son visibles a simple vista en el hemisferio sur, en la constelación de Telescopio.
Los astrónomos del Observatorio Europeo Austral (ESO) en La Silla, Chile, observaron que una estrella orbitaba alrededor de un objeto invisible cada 40 días. La segunda estrella, que se encuentra más lejos del objeto invisible, no ha sido observada en movimiento, por lo que se presume que está en una órbita más lenta.
Ambas estrellas parecían tambalearse, indicando que había algo cerca. Pero fuera lo que fuera, no podía ser visto con el telescopio MPG/ESO del observatorio.
Las observaciones fueron hechas utilizando un espectrógrafo, donde la luz es descompuesta en sus colores individuales. Esto permite a los astrónomos medir su movimiento, y en este caso, las estrellas parecían tambalearse, indicando que había algo cerca. Pero fuera lo que fuera, no podía ser visto.
Aunque se estima que nuestra galaxia podría contener cientos de millones de agujeros negros, sólo se han encontrado un par de docenas. Esto hace que este descubrimiento sea importante.
«Los agujeros negros no son raros; sólo que son muy difíciles de encontrar», explicó el astrónomo Thomas Rivinius, autor del estudio, publicado el 6 de mayo en la revista Astronomía y Astrofísica, sobre este descubrimiento.
La mayoría de los agujeros negros, aquellos considerados «activos», han sido detectados por su interacción con la materia, como las estrellas que se acercan demasiado. Justo antes de que la estrella sea devorada por la colosal fuerza de gravedad del agujero negro, que ni siquiera deja escapar la luz, libera poderosos rayos X, permitiendo a los astrónomos poder «verlos».
En cambio, los agujeros negros «inactivos» son invisibles. Sin embargo, si hay una estrella cerca a ellos, pero no demasiado cerca, los astrónomos pueden detectar el agujero negro por el bamboleo de la estrella.
«El hecho de que esté tan cerca de la Tierra significa que debe haber muchos más de estos agujeros, porque si sólo hay uno en la Vía Láctea, sería raro que se encuentre justo al lado de nuestro planeta», dijo Marianne Heida, una astrónoma de ESO en Garching bei München, Alemania, y coautora del estudio.
En la historia de la investigación de los agujeros negros, Canadá fue uno de los principales protagonistas en el esfuerzo internacional por tomar las primeras imágenes de un agujero negro, ya que fue pionero en la técnica de unir radiotelescopios para que actuaran como una gran antena, lo que fue clave para obtener la imagen del agujero negro de la galaxia Messier 87.
Los agujeros negros se forman cuando una estrella masiva muere y colapsa hacia su interior, lo que primero causa una supernova, una espectacular explosión estelar. Se cree que este tipo de explosiones esparcieron por el universo la mayoría de los elementos que conocemos. Es por esta razón que los agujeros negros son una pieza importante del rompecabezas para tratar de entender de qué manera la mayoría de la materia, incluyendo la que contiene el ser humano, ha llegado a existir.
«Los agujeros negros son geniales», dijo Heida. «Y estas estrellas masivas son las estrellas que produjeron básicamente todos los elementos de los que estamos hechos.»
Este agujero negro relativamente próximo a nuestro planeta fue descubierto por accidente, cuando en 2004, los astrónomos buscaban un tipo particular de sistema estelar binario. El HR 6819 era un candidato, pero había algo raro en él. Parecía que había un tercer objeto no visto.
Tras la muerte en 2014 del líder de esta investigación, Stan Stefl, en un accidente de coche, el trabajo quedó suspendido hasta que, en noviembre pasado, un estudio diferente sugirió la existencia de un masivo agujero negro, de aproximadamente 70 veces la masa de nuestro sol. El hallazgo fue controvertido, ya que los astrónomos consideran que el límite máximo de masa estelar de un agujero negro (en contraposición a los agujeros negros supermasivos que se encuentran en el centro de la mayoría de las galaxias) debería alcanzar una talla máxima de unas 30 veces la masa del sol.
Ese estudio llevó a Rivinius de vuelta al sistema estelar HR 6819, pensando que quizás se trataba de un agujero negro de masa estelar. Las observaciones posteriores sugerían que ese era probable el caso.
«Lo bueno de este sistema es que está tan cerca, que con suerte podemos hacer lo que se llama interferometría óptica, de modo que se obtienen imágenes de muy alta resolución. Si conseguimos esas observaciones, entonces seremos capaces de probar que hay un agujero negro ahí.» Explicó Marianne Heida, astrónoma de ESO en Garching bei München, Alemania, y coautora del estudio.
Durante el Centenario de Canadá, en 1967, los científicos del Consejo Nacional de Investigación de Canadá se convirtieron en los primeros en el mundo en sincronizar dos grandes radiotelescopios separados por 3.074 km: uno en el Parque Provincial Algonquin, en la provincia de Ontario, y el otro cerca de Penticton, en la provincia de Columbia Británica.
Esa fue la primera demostración de una técnica conocida como Interferometría de Larga Base, que permite que múltiples telescopios trabajen juntos para formar «telescopios virtuales» más grandes que pueden ver objetos en el espacio con señales demasiado débiles como para que un solo instrumento los pueda ver. Esta técnica es ahora un elemento básico de la radioastronomía, y Canadá sigue siendo un actor importante.
Fuentes: CBC / Astronomy & Astrophysics (A&A) / N. Mortillaro / Canadian Press / RCI
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